Habían
acorralado a la pobre niña en un rincón del patio de prácticas, no había nadie
más. Se creían muy fuertes y machotes por atacar cuatro de ellos a una sola
persona. Se creían que por ser una niña podrían hacer con ella lo que
quisieran. Querían quitarle el almuerzo. Siempre tenía unos almuerzos
riquísimos, ¿de dónde los sacaba? Daba igual, el caso era que se lo tenían que
quitar para poder disfrutarlo ellos. Pero la pelirroja no quería soltar su almuerzo
por nada del mundo. Maldita sea, ¡era suyo! Miraba a los niños con sus ojos
bicolores, deseando que su mirada les pudiera dar una patada bien dada en sus
gordos culos de matones. Les sacó la lengua todo lo que pudo cuando le pidieron
el almuerzo.
—¡No!
—la niña intenta escapar, dando por zanjada la conversación.
—¡Monstruito!
—¡Sí,
eres un monstruito!
Los
niños ya no sabían cómo quitarle el almuerzo. Lo mejor era empezar a
insultarla. Sí, era una buena idea.
—Que
pelo tan raro tienes.
—No,
no. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
—¿Por
qué tienes uno de cada color?
—Seguro
que es un demonio.
—Si.
Los
niños no dejaban de soltar tonterías como esas. La niña pensó que nunca
encontraría a chicos tan tontos como esos. No había nada de malo en tener un
ojo de cada color. ¡Seguro que no quera la única en el mundo! Menudos idiotas. La
niña agarró con fuerza su almuerzo.
—Si
no os gusto no me miréis —sentencia la pequeñaja volviendo a sacarles la
lengua.
—Tú
no nos vas a dar órdenes, monstruito.
Los
niños se reían como locos cada vez que uno de ellos decía esa palabra. La
pelirroja era fuerte, y cabezota como la que más. Pero no tener a nadie que la
protegiera en ocasiones. Bueno, el no tener directamente amigos la estaba
destrozando por dentro. Notaba como iba a empezar a llorar de un momento a
otro. Pero no lo podía hacer, no delante de esos matones estúpidos. Llena de
rabia elevó su almuerzo en lo alto y lo chocó contra el suelo. Lo pisó. Lo
pisoteó todo lo que pudo hasta que no quedara nada para ellos.
—Que
idiota. Ahora tú te has quedado sin almuerzo.
—Y
vosotros también —la niña se pensó dos veces en decir lo siguiente, pero lo
acabó diciendo—. Idiotas.
El
matón “jefe” arrugó el entrecejo y empujó a la niña contra la pared. La
pelirroja se incorporó y preparó sus puños, como le habían empezado a enseñar. Los
cuatro niños se rieron cuando vieron que el monstruito se ponía a la defensiva.
—¿Qué
hacéis? —una pequeña voz detuvo el puño de uno de los niños.
Los
cuatro se dieron la vuelta y vieron a un niño, más alto que cada uno de ellos. Tenía
el pelo negro y parecía que no se había peinado en días. Los cuatro tragaron
saliva casi a la vez. Ese muchacho era un año mayor que ellos. Y la norma del
cuartel era que nunca podías tratar mal a alguien superior a ti. Era estúpido e
inútil. Uno de los cuatro dio una orden con su cabeza a los demás y se
marcharon, no sin chocarse sin querer
con la pelirroja.
El
pelinegro dejó que los cuatro se marcharan y miró como la pelirroja recogía
algo aplastado del suelo. Se inclinó en el suelo para ayudarla, pero la niña
enseguida se movió para alejarse de él.
—Tranquila.
—¿Tú
también vas a llamarme monstruito? —dice la niña agarrando su almuerzo
desperdiciado.
—¿Por
qué te iba a llamar así?
—Por
mis ojos.
El
chico la mira y se da cuenta que tiene uno de cada color. Uno marró y otro
verde. Le recuerda a la naturaleza, a la verde hierba y a la marrón tierra del
suelo. Y su pelo. Parece que se haya bañado en fuego. Esa chica era única,
nunca antes había visto alguien como ella.
—A
mí me gustan —la niña le mira sin comprender qué hacer—. Me llamo Niles, ¿y tú?
La
niña se lo piensa dos veces, mirando a su alrededor, como si estuviera
esperando que llegaran más matones acompañando al tal Niles.
—Blay.
Ambos
se sonríen.
¡Pobre "monstruito"! Ser tan especial seguro que le da muchos problemas, pero no se lo merece. ¡Es hermosa! Suerte que fueron a socorrerla, a saber cómo habría podido librarse de 4 matones ella sola...
ResponderEliminar¿Te gustaría saber qué ha sido de ese monstruito? jeje
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