11.10.16

DÍA 2



 Elige personajes de series diferentes y relaciónalos entre sí. 

Con una agilidad tomada a lo largo de los años, lía el cigarro entre sus dedos y lo termina sin ninguna imperfección. Lo sujeta entre sus labios sin apenas fuerza, como si tan solo lo estuviera acariciando. Mete las manos en ambos bolsillos de su gabardina, pero no encuentra lo que quiere. De todo menos un maldito mechero. 

—Señor Constantine.

Una voz femenina reclama de su atención y el hombre tiene que responder, no sin dejar de buscar en sus bolsillos, a pesar de que sabe que no hay nada.

—¿Tiene un mechero? —dice con el cigarro colgando de sus labios a punto de caerse
—¿Perdón?
—Un mechero.
—No —dice la policía casi escandalizada —. Esto es una escena del crimen, no se puede fumar.
—Al muerto no creo que le importe.

La mujer no dice nada, pero solo su mirada basta para que John guarde el cigarro y se acerque al cadáver. 

—Creo que mi compañero le caerá bien. O no, no estoy segura —dice la mujer, hablando más bien consigo misma en vez de con el hombre.
—Creía que trabajaba sola.
—Es una especie de consultor. Como usted.
—Si no quiere que fume no me llame de usted, Detective. 

El hombre se acerca al cadáver y se pone de cuclillas para poder examinarlo más de cerca. Se enfunda las manos en los guantes de látex y empieza a inspeccionar el cuerpo del fallecido. El muerto es un hombre gordo y pálido como la leche, con las uñas negras y la ropa manchada de sudor o cualquier otra sustancia que a John no le interesa averiguar. Por lo que él está ahí es por las incisiones echas con cuchillo que tiene sobre la barriga y la frente. 

—Hacía tiempo que no veía este símbolo —inspecciona el símbolo de la barriga con detenimiento, separando la carne cortada entre sí y fijándose en los detalles más mínimos.
—¿Sabe —antes de terminar la frase la mujer se corrige— sabes lo que significa?
—Para eso me han llamado, ¿no? —Con el dedo índice de la mano derecha repasa el dibujo de la barriga y no tiene duda de lo que es—. Gula. 

La policía le mira sin saber muy bien qué quiere decir. Hace pocos días que está trabajando con John Constantine y todavía le cuesta saber cómo tratar al hombre. Lo que tiene claro es que es peculiar, como cierto hombre que conoce y que, no sabe por qué, no se ha presentado todavía en la escena del crimen. 

—Los siete pecados capitales. Este símbolo representa al de la gula, y no me extraña —dice con tono bromista, teniendo en cuenta las dimensiones del cadáver.
—¿Han matado a un hombre porque le gustaba comer?
—Se mata por menos. 

Se levanta y se acerca hacia la cabeza para poder examinar el símbolo que tiene marcado en la frente.
—Curioso —dice entre dientes, hablando en voz alta. 

Vuelve a repasar el dibujo con su dedo, pero esta vez más despacio, como queriendo encontrar cualquier irregularidad. La policía quiere preguntar de nuevo, pero ve al hombre concentrado y sabe que su cabeza todavía no ha dejado de trabajar. 

—Nunca antes había visto esto dos símbolos juntos.
—¿Qué puede significar? 

Antes de que John intente responder algo que desconoce, un escalofrío le recorre la columna de pies a cabeza y un cosquilleo extraño en la nuca le hace encoger el cuello entre los hombros. Sabe qué es lo que pasa cuando tiene esa sensación, lo que no entiende es por qué pasa de repente. En un primer momento piensa que puede ser por el cadáver y los restos que puedan haber quedado del demonio, pero no, nunca antes le había pasado por algo así. Para que la columna le vibre como lo ha hecho tiene que haber un demonio, y para que le pique la nuca así, tiene que ser uno muy grande. 

—¡Buenos días, Detective! 

La voz masculina que aparece de repente tras su espalda entra por un oído de Constantine y se queda un rato mareándole la cabeza, sin llegar a salir. 

—¿Dónde demonios estabas?

Constantine no puede evitar ahogar una risa. 

—Tenía papeleo en el club.
—Papeleo —repite la mujer, sin haberse creído ni una de las palabras—. Tú.
—Sí, ¿qué pasa?

Constantine permanece agachado en su sitio, intentando comprender ese escalofrío que ha tenido y notando como la voz del hombre recién llegado entra por sus oídos como una canción. La pareja discute de cosas absurdas que John ignora mientras sigue mirando el cadáver, intentando entender la unión de esos dos símbolos en un mismo cuerpo. Uno es para invocar a un demonio, y el otro para expulsarlo, aunque sí es verdad que nunca  los había visto dibujados sobre una persona. Tan solo usados en ritos satánicos y supuestas invocaciones de sectas y demás grupos. Por supuesto todas esas ceremonias no suelen funcionar, y si lo hacen es de casualidad y soltando al demonio que no debía. Desastre que luego él tiene que enmendar y que nadie agradece de la manera adecuada. 

—John —dice de repente la mujer, alejándolo de su cavilaciones—. Quiero presentarte a alguien.
—Detective, me retraso un poco y ya quiere sustituirme por otro. Que sucio. 

La mujer no dice nada, tan solo pone los ojos en blanco e ignora a su compañero.

—Este es Lucifer, el consultor del que te hablé. 

En el instante en el que John escucha el nombre del hombre, su cuerpo se congela y su cerebro trabaja a toda máquina. Lucifer le mira con una sonrisa fanfarrona de oreja a oreja, mostrando unos resplandecientes dientes. Al contrario que John, va vestido con la ropa de la mejor calidad, repeinado y la peste a colonia llega hasta John como un bofetón. El nuevo, por su parte, lleva la vieja gabardina de siempre, una camisa arrugada y mal metida por el pantalón desgastado, todo ello acompañado por su pelo revuelto. 

—Lucifer —repite el hombre, intentando hacerse a la idea. No sabe muy bien por qué, pero una sonrisa se dibuja en sus labios mientras sus manos se revuelven en los bolsillos de la fea gabardina—. Eso sería divertido. 

Los dos hombres se miran sin apenas parpadear y ninguno de ellos sabe muy bien qué está sucediendo. Los ojos negros de Lucifer observan al hombre, llenos de curiosidad y fascinación. La detective no tiene demasiado claro que está sucediendo, y por un momento siente que sobra entre los dos hombres. 

—Este es…
—John —se apresura él a decir—. John Constantine. 

Justo en ese momento, y por primera vez desde el tiempo que la mujer conoce a Lucifer, ve como una persona consigue borrarle la sonrisa de su rostro con tan solo presentarse. 

—Sí —dice Lucifer, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta negra, intentando controlarse—. Sí que sería divertido. 

John le mira con intensidad, como no queriendo perder detalle de cada movimiento que haga, y sabe que Lucifer está haciendo lo mismo. Siente como sus ojos negros se le clavan en cada parte de su alma, pero sin embargo, una parte de él le dice que no puede ser. Que es imposible que el Lucifer que él conoce esté ahí mismo, delante de él como si nada. 

—Creo que tienes algo que me pertenece —dice John, intentando aguantar la sonrisa que desde hace rato quiere salir.
—Ah, ¿si? —Lucifer se mueve en su sitio, quizás algo incómodo, o quizás impaciente.
—¿Os conocíais de antes? —Dice la mujer sin dejar de mirar a ambos.
—Algo así.

Esa respuesta no despeja las dudas de la policía, tan solo las aumenta. En ese momento, Lucifer se aclara la garganta y se dirige hacia el cadáver, recobrando su compostura normal. Cuando pasa junto a John, ambos notan un aire extraño, una atmósfera cambiante que les hace ponerse alerta como dos animales. 

Pero quién caza, y quién será cazado.

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