10.3.16

Peccatum



Hace muchos, muchos años, hace tanto tiempo que nadie recuerda que lo hubiera, un ángel curioso, cansado de observar a esas extrañas criaturas llamadas humanos y de no vivir como ellos, cansado de no sentir pena ni dolor, ni amor ni odio, decidió hacerles una visita. Mera curiosidad.

Cuando bajó, se dio cuenta que las cosas eran más bonitas si las disfrutabas en primera persona, si las escuchabas, las olías, las veías y las tocabas por ti mismo. Antes de marcharse del cielo le dijeron que tuviera cuidado, que si los humanos eran humanos y no ángeles, por algo sería. Le habían dicho que eran peligroso, pero el ángel nunca terminó de entender eso. Cómo criaturas bellas como aquellas podían ser algo peligroso. No eran animales salvajes. Pobre ingenuo, que poco había les había observado. Porque el día que entendió todas esas advertencias, fue demasiado tarde.

Había una lista enorme de todo lo que podía hacer. Y otra lista minúscula de cosas que no es que no pudiese, si no que no debía hacer. En esa lista solo había dos cosas, a las que ni siquiera les prestó atención. 

Cómo, un ángel bello y delicado como él podría matar.
Cómo, una criatura que daba vida a la pureza como tal, como lo era él, podría amar a un humano. 

Pero, así fue. Ahí su perdición y su fin.

Se enamoró de un humano (quizás el menos adecuado de todos los que existían) que no solo le robó el corazón, pues hizo algo mucho peor. Le robó algo que nunca podría recuperar, le robó algo imposible. Su alma, que eran sus alas. 

Cuando el ángel hubo probado el sabor de lo que era amar a otro ser, quiso más. El estar entre los humanos tanto tiempo lo empezó a debilitar como el ser que era, volviéndolo más humano de lo que lo sería un ángel jamás. Le nació su corazón, y el humano le dio los latidos. Fue el que le dio cuerda, el que puso en funcionamiento su camino hacia la perdición. Por supuesto, el humano no sabía ante lo que estaba, no sabía que había enamorado un ángel.

Porque él había enamorado, pero no se había enamorado. 

Ya se lo advirtieron, lo humanos son peligrosos. A veces no hay que ser un animal salvaje para hacer daño. Cuando se dieron su primer y único beso, una sensación que el ángel jamás podría olvidar (para bien o para mal), el humano vio a través de él. 

Vio su alma. Vio sus alas.

Y es que, los humanos no son capaces de soportar la belleza de un ángel, pero mucho menos, la de unas alas como aquellas. La vista del humano se cegó de belleza. Cuando el ángel las escondió, el humano quería más, quería seguir viéndolas, quería tocarlas, olerlas. Quería arrancarlas y quedárselas. Ya se lo habían dicho, los humanos son peligroso. La avaricia les recorre el cuerpo como lo hace la propia sangre. Todos quieren algo, siempre. Da igual lo que sea, solo piensan en tener y en querer.

El ángel intentó huir, se sentía inseguro, en peligro. Pero el humano no tenía intención de dejar escapar aquella belleza, no después de haberla visto. Y entonces, cometió su segundo pecado.

Mató.

Tuvo que hacerlo, tuvo que protegerse. Pero eso daba igual porque solo hay dos cosas que un ángel no debe hacer. Y él las cumplió a rajatabla.

En ese preciso momento, algo dentro de él empezó a resquebrajarse, a pudrirse. No sabía dónde huir, no sabía cómo pedir ayuda, porque en realidad no podía. Sus alas, las que eran su propia alma, le empezaron a pesar. Las arrastraba como un peso muerto, como si una extremidad del cuerpo le hubiera dejado de funcionar de repente. Por si fuera poco, en ese momento descubrió lo que era el dolor y gritar hasta desgarrarse la garganta. Cada pluma que se quemaba, cada pluma que caía al suelo, era como una cuchillada directa a su corazón. Las lágrimas, eso tan humano e inútil, empezaron a caer por sus ojos sin control alguno. El cuerpo le temblaba mientras escuchaba el castigo dentro de su propia cabeza. Podía notar a todos los ángeles juzgándole, todos esos "te lo dijimos" o "estabas avisado". Pero lo más doloroso fue escuchar a su Padre, castigándole.

"El que te hizo caer, hará que te vuelvas a levantar. Hasta entonces, recibe tu castigo, Ángel Caído"

"Ángel Caído" se repitió dentro de su cabeza de manera incesante, como una jaqueca. Gritó, el ángel gritó todo lo que pudo hasta que su garganta no pudo más. De sus alas solo quedó un recuerdo a su espalda, una imagen a veces nítida, a veces por la luz del sol. Ni siquiera él podía verlas siempre, no tenía ni poder para hacer eso. Ni para verse a sí mismo. Solo una persona podría verlas. Solo una persona podría hacer que renaciera como ángel. "El que te hizo caer, hará que te vuelvas a levantar". Su castigo no era vagar por la tierra casi como humano. Su castigo sería volver a amar y volver a pecar. Debía reencontrarse con el humano que lo mató como ángel y que además se cegó por sus alas. Nunca habría un humano capaz de aguantar eso. O sí.

Cuando se vuelva a enamorar y vuelva a besar, en ese momento recuperará sus alas, y entonces podrá volver a su hogar. Pero, ¿querrá en ese momento?

No hay comentarios:

Publicar un comentario