Hace muchos, muchos años, hace
tanto tiempo que nadie recuerda que lo hubiera, un ángel curioso, cansado de
observar a esas extrañas criaturas llamadas humanos y de no vivir como ellos,
cansado de no sentir pena ni dolor, ni amor ni odio, decidió hacerles una
visita. Mera curiosidad.
Cuando bajó, se dio cuenta que las
cosas eran más bonitas si las disfrutabas en primera persona, si las escuchabas,
las olías, las veías y las tocabas por ti mismo. Antes de marcharse del cielo
le dijeron que tuviera cuidado, que si los humanos eran humanos y no ángeles,
por algo sería. Le habían dicho que eran peligroso, pero el ángel nunca terminó
de entender eso. Cómo criaturas bellas como aquellas podían ser algo peligroso.
No eran animales salvajes. Pobre ingenuo, que poco había les había observado. Porque
el día que entendió todas esas advertencias, fue demasiado tarde.
Había una lista enorme de todo lo
que podía hacer. Y otra lista minúscula de cosas que no es que no pudiese, si
no que no debía hacer. En esa lista solo había dos cosas, a las que ni siquiera
les prestó atención.
Cómo, un ángel bello y delicado
como él podría matar.
Cómo, una criatura que daba vida a
la pureza como tal, como lo era él, podría amar a un humano.
Pero, así fue. Ahí su perdición y
su fin.
Se enamoró de un humano (quizás el
menos adecuado de todos los que existían) que no solo le robó el corazón, pues
hizo algo mucho peor. Le robó algo que nunca podría recuperar, le robó algo
imposible. Su alma, que eran sus alas.
Cuando el ángel hubo probado el
sabor de lo que era amar a otro ser, quiso más. El estar entre los humanos tanto
tiempo lo empezó a debilitar como el ser que era, volviéndolo más humano de lo
que lo sería un ángel jamás. Le nació su corazón, y el humano le dio los
latidos. Fue el que le dio cuerda, el que puso en funcionamiento su camino
hacia la perdición. Por supuesto, el humano no sabía ante lo que estaba, no
sabía que había enamorado un ángel.
Porque él había enamorado, pero no
se había enamorado.
Ya se lo advirtieron, lo humanos
son peligrosos. A veces no hay que ser un animal salvaje para hacer daño.
Cuando se dieron su primer y único beso, una sensación que el ángel jamás
podría olvidar (para bien o para mal), el humano vio a través de él.
Vio su alma. Vio sus alas.
Y es que, los humanos no son
capaces de soportar la belleza de un ángel, pero mucho menos, la de unas alas
como aquellas. La vista del humano se cegó de belleza. Cuando el ángel las
escondió, el humano quería más, quería seguir viéndolas, quería tocarlas,
olerlas. Quería arrancarlas y quedárselas. Ya se lo habían dicho, los humanos
son peligroso. La avaricia les recorre el cuerpo como lo hace la propia sangre.
Todos quieren algo, siempre. Da igual lo que sea, solo piensan en tener y en
querer.
El ángel intentó huir, se sentía
inseguro, en peligro. Pero el humano no tenía intención de dejar escapar
aquella belleza, no después de haberla visto. Y entonces, cometió su segundo
pecado.
Mató.
Tuvo que hacerlo, tuvo que
protegerse. Pero eso daba igual porque solo hay dos cosas que un ángel no debe
hacer. Y él las cumplió a rajatabla.
En ese preciso momento, algo dentro
de él empezó a resquebrajarse, a pudrirse. No sabía dónde huir, no sabía cómo
pedir ayuda, porque en realidad no podía. Sus alas, las que eran su propia
alma, le empezaron a pesar. Las arrastraba como un peso muerto, como si una
extremidad del cuerpo le hubiera dejado de funcionar de repente. Por si fuera
poco, en ese momento descubrió lo que era el dolor y gritar hasta desgarrarse
la garganta. Cada pluma que se quemaba, cada pluma que caía al suelo, era como
una cuchillada directa a su corazón. Las lágrimas, eso tan humano e inútil, empezaron
a caer por sus ojos sin control alguno. El cuerpo le temblaba mientras
escuchaba el castigo dentro de su propia cabeza. Podía notar a todos los
ángeles juzgándole, todos esos "te lo dijimos" o "estabas
avisado". Pero lo más doloroso fue escuchar a su Padre, castigándole.
"El que te hizo caer, hará que te vuelvas a levantar. Hasta entonces,
recibe tu castigo, Ángel Caído"
"Ángel
Caído" se
repitió dentro de su cabeza de manera incesante, como una jaqueca. Gritó, el
ángel gritó todo lo que pudo hasta que su garganta no pudo más. De sus alas
solo quedó un recuerdo a su espalda, una imagen a veces nítida, a veces por la
luz del sol. Ni siquiera él podía verlas siempre, no tenía ni poder para hacer
eso. Ni para verse a sí mismo. Solo una persona podría verlas. Solo una persona
podría hacer que renaciera como ángel. "El
que te hizo caer, hará que te vuelvas a levantar". Su castigo no era
vagar por la tierra casi como humano. Su castigo sería volver a amar y volver a
pecar. Debía reencontrarse con el humano que lo mató como ángel y que además se
cegó por sus alas. Nunca habría un humano capaz de aguantar eso. O sí.
Cuando se vuelva a enamorar y
vuelva a besar, en ese momento recuperará sus alas, y entonces podrá volver a
su hogar. Pero, ¿querrá en ese momento?
No hay comentarios:
Publicar un comentario