Algo dentro de él le hace girarse
y mirar hacia atrás. Tiene un mal presentimiento, aunque desde que empezó esto
tiene un mal presentimiento en todo momento. Un golpe de aire caliente llega
hasta ellos y a pesar de todo, un escalofrío le recorre de pies a cabeza, sin
dejarse ningún rincón. La magia de sus venas parece vibrar alertándole de algo,
pero no sabe qué es. Cuando vuelve a retomar la caminata junto a sus
compañeros, descubre que todos están mirando hacia donde él lo estaba haciendo.
—¿Habéis notado eso?
La voz de Gajeel está ronca y
parece apagada, como si no tuviera ganas de hablar. Como si lo hiciera por
obligación. Su voz se amortigua levemente, chocando contra el pañuelo que lleva
alrededor de la boca para no respirar las cenizas que flotan en el ambiente
constantemente. Camina unos pasos hasta ponerse de nuevo a la misma altura que
sus amigos, que parecen igual de nerviosos que él.
—Si —dice Natsu con una voz
tranquila—. Será mejor que nos alejemos.
Gajeel aprieta sus puños con
fuerza mientras retoman el camino. Todavía recuerda el día que no se echaban
atrás por nada, no temían a nada y podían protegerlo todo. Ahora eso había
cambiado. Se escabullen siempre que pueden, evitan los peligros e intentan
proteger lo suyo. Si quieren sobrevivir, no pueden hacer tonterías. Tienen que
pensar en todas las vidas que están a su cargo, no pueden pensar
individualmente. Ahora, los que quedan, deben formar una unidad y ayudarse
entre todos. Aunque para todos ellos, esto siempre ha sido así. Su gremio
siempre ha sido así. Pero ahora es más duro, porque la gente ha muerto de
verdad, la gente ha desaparecido. La vida ya no es lo que era antes, y el mundo
tampoco. Y en la cima de esa montaña tan grande que se ha formado, en la
cúspide del dolor y el sufrimiento por el que tienen que pasar cada día para
poder despertarse con vida al siguiente, hay una espina clavada en el interior
de Gajeel. Una espina que duele y que hace la herida cada vez más grande. Pero,
sin embargo, es un dolor al que está llegando a acostumbrarse (aunque no
quiera). Teme que llegue el día en el que ya no le duela y se llegue a olvidar
de esa espina. Pero no es tan fácil olvidarse de alguien. Y menos de ella.
Intenta no pensar demasiado en
ella. Sabe que no sería una buena idea. Deben permanecer fuerte y servir como
ejemplo, que los demás vena que se puede superar cualquier adversidad. Pero él
sabe que es mentira. Todo él es una fachada de hierro, y el día que esa fachada
se rompa ya no habrá vuelta atrás.
Un rugido lejano estalla en el
cielo y Gajeel se vuelve a detener. Sin embargo, no ha sido ese espeluznante
ruido lo que ha llamado la atención del chico. Hace tiempo que se acostumbraron
a esas criaturas. No, ha sido otra cosa. Algo en el aire, como una sensación. No,
tampoco ha sido una sensación. Ha sido algo más fuerte. Más intenso. Como un
olor. Si, como un olor conocido. Como si de repente el aire hubiera querido
llegar hasta él y hacerle sentir.
Se detiene, no mueve ni un
músculo, no quiere perder ese olor. Que haya llegado hasta él podría significar
tantas cosas que tiene que ordenar sus pensamientos todo lo deprisa que puede
para no perder la concentración del olfato. Aspira con fuerza. Ahora es mucho
más débil, pero la esencia todavía está ahí, flotando a su alrededor. Como si
le estuviera llamando. Gira la cabeza a la derecha, pero no hay nada. La gira a
la izquierda y se le eriza el pelo. Su cuerpo acompaña la dirección de la
cabeza y se pone alerta. Las aletas de su nariz se mueven sin parar y se acaba
quitando el pañuelo del rostro para que no le moleste. Hay tantos olores
mezclados que por un segundo cree haberlo perdido. Pero no, está ahí,
susurrándole. A pesar de la peste que hay a azufre, fuego, cenizas y
destrucción puede notar ese aroma tan dulce y agradable. Es como una caricia
para su corazón. La mecha que se estaba apagando dentro de él se vuelve a
encender por unos segundos y la esperanza que creía no volver a recuperar le
recorre cada poro del cuerpo.
—¿Gajeel?
—Es ella —susurra para sí mismo,
aunque sus compañeros le escuchan perfectamente.
—¿Qué ocurre? —pregunta la chica
rubia, deteniendo su paso al ver que los dos chicos no siguen caminando.
—No lo sé, pero creo que Gajeel
ha notado algo.
—Es ella —vuelve a repetir, esta
vez mirando a Natsu y Lucy.
—¿Quién?
Lucy intenta preguntarlo con todo
el cariño posible. Recuerda que los primeros días pasaron por lo mismo varias
veces. No era nada agradable cuando sus sentidos le llevaban a escombros
quemados y el rostro de Gajeel se descomponía.
—Es Levy —su rostro se ilumina
como no lo había hecho en mucho tiempo y casi contagia la emoción a sus amigos.
Casi—. Acabo de notar su olor en el aire. Sé que es ella.
Sus amigos no dicen nada, no
saben qué decir. Podrían decirle que sí, que seguramente sea ella y que sea
buena idea buscarla. Pero no quieren que el chico vuelva a pasar por lo mismo.
Ninguno podría aguantar otra búsqueda fallida. Pero también podrían decirle que
no, que seguramente sean cosas suyas, o que simplemente sea un olor parecido.
Con todo el fuego y los olores desagradables que les rodean es normal
confundirse. Pero quién es capaz de decirle eso.
Gajeel les da la espalda y su
nariz se mueve como la de un perro, en busca de poder seguir el camino del olor
que le ha llamado la atención después de mucho tiempo. De repente, el chico
sale corriendo justo en la dirección opuesta. En la dirección del dragón. Lucy
y Natsu lo saben, pero ninguno es capaz de decir nada. Ninguno sabe que podrían
encontrarse si realmente el chico ha notado el aroma de Levy. Empiezan a correr
detrás del chico, viendo como su enorme melena se agita delante de ellos. El
chico aparta escombros y escarba en algunos sitios. Es como si el olor le
quisiera decir de donde procede pero le diera miedo darle el camino directo.
—Creo que tenemos que ir hacia
donde se encuentra el dragón.
A Lucy se le hiela la sangre
cuando escucha esas palabras, a pesar de que ya sabía hacia donde iban.
—Es demasiado peligroso.
—Es Levy.
—Ni siquiera lo sabes seguro.
Gajeel se queda paralizado ante
las palabras de Natsu. No puede creer que él haya dicho eso. Él. Quien hasta
hace un tiempo era capaz de arriesgar su propia vida por cualquier amigo. Él.
Quien al contrario que otros muchos en el gremio, le aceptó cuando decidió
formar parte de ese gremio lleno de hadas rencorosas y asustadas por lo que les
había hecho. Por lo que le había llegado a hacer a Lucy. Sin embargo, le
entiende. Seguramente él tampoco arriesgaría su vida y la de los demás por una
pista tan mínima como esa.
El dragón vuelve a rugir, y esta
vez ha sonado mucho más cercano. Sin embargo, todavía no le han conseguido ver,
pero el hedor y el calor de sus llamas sí que ha llegado hasta ellos. Los tres
amigos miran hacia la dirección adecuada. Se miran entre ellos sin pronunciar
palabra y todos saben que Gajeel va a acabar haciendo lo que quiera. Mientras ambos muchachos empiezan a discutir
sobre lo que deberían y lo que no deberían hacer, a Lucy le llama algo la
atención. Casi como un pequeño reflejo en la lejanía. Un brillo fugaz que
apenas podría haber sido visto si no llega a ser porque la chica estaba
escudriñando cada rincón. Se queda quieta unos segundos, esperando volver a ver
ese destello. Lo ve y de repente se siente como si le hubieran chutado
adrenalina.
Sale corriendo hacia su
izquierda, intentando no perder de vista el lugar. De nuevo el destello. Después
de unos segundos esquivando diferentes obstáculos consigue llegar al punto, y
se da cuenta que lo que estaba viendo uno era ningún destello ni ninguna luz.
Simplemente era un pañuelo amarillo, enganchado en una viga rota. Traga saliva
y lo coge con cuidado. Sus dedos rozan la suave tela. A pesar de que se nota
desgastado, entre todas las cosas que rodean a Lucy y al pañuelo, éste parece
totalmente nuevo. Lo suelta de la viga y lo agarra con fuerza entre sus manos. Cuando
regresa se da cuenta que los dos chicos la están mirando curiosos, sin saber a
dónde había ido. Cuando abre la mano, en los primeros segundos Gajeel no ve
nada excepto una tela. Pero entonces se da cuenta que podría reconocer ese
pañuelo amarillo en cualquier parte. Aunque hubiera cien como ese, podría
reconocerlo por encima de todos los demás. Lo coge, casi con miedo, y lo sujeta
como un regalo preciado.
—Es de ella —dice el muchacho
casi sin poder creer sus propias palabras.
Lucy afirma con fuerza y una
sonrisa de oreja a oreja. Mira a Natsu y los dos saben lo que hay que hacer. Gajeel
se acerca el pañuelo al rostro y nota de nuevo ese aroma que había olido apenas
unos minutos atrás. Pero esta vez es tan fuerte que le eriza el vello de los
brazos. Es tan agradable oler algo diferente y que sea precisamente eso. Se ata
el pañuelo en la muñeca con fuerza para no perderlo y los tres amigos caminan
hacia el destino al que deberían haber ido desde hace tiempo.
Para M.
Saber que esta parte empezaba con Gajeel me ha emocionao mucho. dedgzgfdghfghfghf AHORA EMPIEZA LO BUENO. Ay, es triste que Natsu y Lucy no parezcan los mismo :/
ResponderEliminarQUIERO LEER LA SIGUIENTE PARTE YA Y VERLOS JUNTOS FDSDGZGZSEGFHD AY <3
¡Me está gustando mucho!
¡Besos gigantes, María! :3
Esta historia necesita palomita y continuación cuanto antes!
ResponderEliminarbesos grises