Es un relato que escribí hace un tiempo para un concurso de Ángeles y Demonios.
Yo elegí un demonio y me tocó Samael. Aunque considero que me quedó
un relato un poco raro (sobre todo por los personajes que uso)
me gusta bastante como me salió al final.
Sus dedos no paran de tamborilear en la mesa del bar. Da varios toques con el dedo índice y luego bailan los demás. Ya no sabe cuánto tiempo lleva haciéndolo. Prefiere no mirar la hora, la desesperación podría ser peor. Cada movimiento de la aguja del reloj parece que le grite al oído que su compañero no va a regresar, que deje de esperar. Su mandíbula cruje con solo pensar en eso. Más le vale volver con vida a ese desgraciado. Es incapaz de beber en ese momento. Como no tiene suficiente con sus dedos, cruza las piernas y el pie que queda colgando empieza a balancearse, evitando chocarse contra la pata central de la mesa.
—¿Todavía
no ha regresado?
La
voz de la camarera la despierta de su desesperación. Sus dedos se detienen y
esconde las manos bajo la mesa. No le gusta que la gente la vea nerviosa. Sin
embargo su pie no se puede estar quieto. La chica deja la bandeja metálica y se
sienta enfrente de ella, masajeándose el cuello.
—Tranquila,
estará al caer.
—Más
le vale volver con vida, porque entonces voy a ser yo quien lo mate.
Su
nueva acompañante rompe en carcajadas.
—Al
menos déjale que disfrute un poco de su victoria.
—Nunca
tarda tanto en encargarse de un demonio.
—Ya
sabes como es, seguro que se ha entretenido en medio el camino mirando el culo
de alguna chica.
Si,
seguro que es eso. Y así es como le paga la confianza que posa en él,
persiguiendo jovencitas. Cambia las piernas de posición y se bebe todo el
líquido que le queda en el vaso. Alguien pega un grito en el bar y su amiga
suspira, para después levantarse y volver a su trabajo. Ella es incapaz de
permanecer en un mismo sitio durante mucho tiempo, no entiende como Ana ha
podido estar todos esos años encerrada en el bar. Y los que le quedan. Respira
profundamente y detiene todos los movimientos de su cuerpo. A pesar de todo el
tiempo que llevan juntos, cada vez que sale solo a alguna misión se pone de los
nervios. Debería confiar más en él. Es totalmente capaz de ocuparse de cualquier
demonio de clase media-alta (a pesar de su leve obsesión con las mujeres).
Todavía
recuerda la primera vez que lo vio, el día que se lo presentaron como su
compañero. Era un niño enclenque y delgaducho que para colmo era el típico
graciosillo de turno, incapaz de tomarse las cosas en serio. Lo más divertido
fue cuando le dijeron que se llamaba Adán. Quisiera o no, debían de estar
juntos. Aprendía bastante rápido, más de lo normal. Eso le gustó, odia repetir
las cosas más de dos veces. El único problema que todavía no ha conseguido
erradicar del muchacho es el tema del orgullo. Le cuesta mucho pedir ayuda,
prefiere hacer las cosas por si mismo, aunque le cuesten la vida. Y más de una
vez ha estado a punto de costarle ese precio tan alto. Concretamente le ha
salvado el culo dos veces, y eso es una espina que estará clavada dentro del
muchacho hasta el día que le pueda devolver los favores. Sabe que Adán desea
superar el nivel que tiene actualmente, y eso le está llevando a coger misiones
demasiado peligrosas para él solo. Justo cuando se levanta de su asiento,
dispuesta a salir a por él, la puerta de abre de golpe y su compañero entra
armando tanto jaleo como siempre.
—¡Mirad
quien ha regresado! —grita un hombre desde la barra, levantando su jarra al
aire.
—¿Ya
me echabais de menos?
Adán
empieza a alardear de todo lo que ha hecho con cada persona que le saluda en el
bar. La chica decide sentarse en su sitio y esperar. La opresión del pecho ha
desaparecido y su cuerpo está relajado.
—Eh,
Ana, ¿quieres saber cómo he matado al demonio esta vez?
—Quizás
deberías explicárselo a otra persona.
La
muchacha le esquiva, elevando su bandeja por el aire para poder seguir
sirviendo a sus clientes. Adán suspira con fuerza y dirige la mirada a la mesa
de su compañera. Esperaba no tener que hablar con ella, pero es evidente que
ella no le iba a dejar escapar sin recibir alguna explicación. Ahora mismo
preferiría estar enfrentándose a mil demonios antes que a ella. Antes que a
Eva.
—Pensé
que te habrías ido a casa.
Pero
la chica no contesta, se cruza de brazos y le mira sin decir palabra. Odia que
haga eso. Hace que se sienta peor, castigarlo con el silencio. Hacerle pensar
en lo que ha hecho para que ella se ponga así. Odia pensar y darle vueltas a
las cosas. Lo hecho, hecho está.
—¿Por
qué no me pegas una paliza y quedamos en paz?
Eva
levanta la mirada, curiosa por la sugerencia, haciendo que el muchacho se
asuste. Ana aparece junto a la mesa y le da al muchacho la bebida de siempre.
Adán aprovecha para apartar la mirada de su compañera y refrescarse la
garganta, ganando algo de tiempo.
—Escucha
a Ana.
La
chica revuelve el pelo del muchacho y sigue con su trabajo. Adán no puede
quitarle los ojos de encima cuando le da la espalda. Por un momento se olvida
de Eva y se centra en el trasero de la
camarera.
—¿Vas
a explicarme por qué no haces más que coger misiones para ti solo? Se supone
que somos compañeros.
—Ya
te lo dije el otro día, Eva.
—¿De
verdad crees que voy a tragarme esa mentira?
—Pues
tenía la esperanza de que así fuera.
—Adán.
Al
muchacho se le borra la sonrisilla del rostro. Ambos se miran, serios. El
bullicio del bar los rodea, pero ninguno presta atención a su entorno, como si
nada ni nadie más existiera excepto ellos dos. Eva no es precisamente la
persona más alegre que ha conocido, pero sabe cuando las cosas se ponen tensas
de verdad. Y eso está pasando ahora mismo. Ya no sabe que más contarle para que
le deje de preguntar lo mismo cada vez que regresa de un trabajo. Ya no se le
ocurren más mentiras creíbles. Eva se están cansando de que le evite tanto. Ya
es casi descarado.
—Yo…
—Si
vas a soltarme otra mentira, más te vale cerrar esa boca si no quieres que te
la cierre yo.
La
tensión de sus miradas se puede apreciar, Ana lo hace desde la barra. Pero no
puede meterse en sus asuntos, ella no es como ellos dos. Ella no arriesga su
vida limpiando las calles de demonios. No tiene derecho a opinar. Se queda
pensando mientras un vaso se mueve entre sus manos para secarlo, y se da cuenta
que es la primera vez que ve a Adán tan callado y serio como en este preciso
instante. Ana deja el vaso con cuidado en su sitio, con los demás. Es verdad
que últimamente ha notado un poco raro a Adán, pero parece que cuando el
muchacho se da cuenta que las personas se preocupan por él vuelve otra vez a
ser el escandaloso y alocado de siempre. Ana tiene un mal presentimiento.
—Estoy
buscando algo.
—¿El
qué?
Adán
aprieta sus puños con fuerza bajo la mesa. Ya ha dicho demasiado. Solo con esas
tres palabras. Eva le mira sin apenas parpadear. Aprieta sus labios con fuerza.
Quiere gritarle todo lo que ha estado haciendo, por qué ha estado tan ausente.
Pero sabe que no debe decirle nada. Al menos no todavía.
—¿Se
puede saber en qué lio te has metido? —Eva se acerca al muchacho todo lo que la
mesa le permite y susurra su frase.
—En
ninguno. Solo —Adán intenta pensar sus palabras para no meter más la pata— necesito
más tiempo.
—¿Para
qué? —Eva está empezando a desesperarse.
No
puede decir nada más, si no, todo lo que ha estado haciendo en ese tiempo no
habrá servido para nada. Eva no puede saberlo, es por su bien. Todo lo hace por
ella. Se convirtió en lo que es ahora para poder protegerla del destino que
siempre ha llevado sobre sus hombros y que tanto le pesa. De repente el
muchacho se levanta de su asiento y se dirige hacia la puerta con paso rápido.
En un primer momento Eva se queda sentada, no sabe qué acaba de pasar. Cuando
se quiere dar cuenta, la puerta del bar se abre y Adán desaparece. La camarera
observa la escena mientras el bullicio del bar sigue como si nada y los
clientes le siguen pidiendo sus bebidas. Eva se levanta, dejando un par de
monedas sobre la mesa, y sale detrás de su compañero. Pero cuando sale a la
calle, se da cuenta que la noche hace tiempo que cayó sobre las calles y apenas
puede ver nada. Adán no está. Se mueve unos pasos en la dirección de siempre,
con la esperanza de pillar al muchacho bajo alguna luz parpadeante. Pero llega
a la esquina de la calle y allí no hay nadie.
Maldito seas.
¿No se da cuenta que está preocupada por él? No sabe que se lleva Adán entre
manos, pero lo tiene que averiguar cuanto antes. Cada vez sale peor parado en
las misiones, aunque esta vez no parecía estar herido. Una persona no se
arriesga así como así simplemente para poder mejorar su nivel de cazador. Piensa
que en parte puede ser culpa suya. Cuando se conocieron ella era así. Siempre
haciendo cosas a su bola, sin contar nunca con él. Para qué iba a contar con él
si tan solo era un novato con sueños estúpidos. La gente no vive de los sueños.
Siempre había estado sola, y ser egoísta era su pan de cada día. Pero cuando
llegó él, algo dentro de ella cambió, sin saber por qué. Como si ese agujero
del pecho que siempre había tenido, de repente hubiera desaparecido. Y ese
agujero se hacía cada vez más grande, cada vez que hacía algo sin contar con
él. Lo de ser egoísta se tenía que acabar. Para los dos. Ahora eran como una
sola persona. Si uno de ellos sufría, el otro también. Si uno lloraba, el otro
lo hacía sin poder evitarlo. Si uno moría…
Un
crujido escondido bajo la negrura de la calle pone los pelos de punta. Su
respiración se detiene de golpe, como si no quisiera hacer ni el más mínimo
ruido. Espera que el ruido se repita, pero nada pasa. Se queda quieta en medio
de calle. Su corazón empieza a acelerarse poco a poco, chocando cada vez con
más fuerza contra su pecho. La vena del cuello le late. Eva ha conseguido
controlar su cuerpo después de muchas peleas y de muchos demonios. Ha
conseguido controlar su miedo, para que no le afectara a la hora de actuar.
Para que no la detuviera, justo como había hecho ahora. Ese crujido se ha
metido por un oído y le ha salido por otro, deteniéndose dentro de su cabeza y
haciendo que cada uno de sus pelos se pusiera de punta y que un escalofrío
corriera de pies a cabeza. Se da cuenta que no está respirando y deja que el
aire vuelva a entrar. Gira sobre sus pies para volver al bar como si nada
hubiera pasado. El crujido le vuelve a dejar helada y se detiene otra vez.
Traga saliva con tanta fuerza que cree escuchar el sonido por toda la calle
desierta. Sus ojos se quedan clavados en la oscuridad que parece emanar un
callejón delante de ella. La están vigilando y hasta ahora no se había dado
cuenta. Ahora no es momento de sentirse decepcionada consigo misma, y cuando el
crujido vuelve a resonar en sus oídos lleva su mano a la espalda. Con el
corazón en un puño, mira hacia atrás. Se ha dejado el arma en el bar.
—Tranquila
—dice en ese momento una voz masculina, teniendo toda la atención de Eva—. No
voy a hacerte nada. De momento.
—¿Quién
eres?
—Eva,
Eva, Eva.
—Respóndeme.
—¿Esas
son maneras de saludar a un viejo amigo?
Algo
se mueve en la oscuridad y Eva da unos pasos hacia atrás. Recuerda los
cuchillos que lleva en cada bota y enganchados en el cinturón, pero no hace
ningún movimiento brusco. Si tuviera intención de atacarla, seguramente ya lo
habría hecho. Bajo la luz amarillenta de una farola medio rota se forma una
figura que viste una capa y mantiene la cabeza descubierta, mostrando un rostro
pálido. El escalofrío que pasa por la columna de Eva es tan potente esta vez
que la muchacha cierra ambas manos en dos puños para que no le tiemblen. Unos
ojos afilados, como los de una serpiente, la miran divertidos.
—Veo
que ya te acuerdas de mí.
—¿Qué
quieres?
El
hombre rompe en carcajadas y Eva tiene las ganas de moverse y asestarle un
puñetazo en toda la cara, pero eso no mejorará la situación. Se está riendo de
ella como nunca antes lo había hecho. Puede que incluso más que la primera vez
que se vieron.
—Cada
vez que nos encontramos tienes mejor sentido del humor.
En
ese momento, el hombre muerde una hermosa manzana roja. La está insultando en
su cara, sin miramientos, sin pensarlo dos veces. Restregándole el error que
cometió un día y que la ha llevado hasta donde está. Pero no solo a ella,
también a Adán. A todos. El rostro de la chica es consumido por la rabia y las
uñas se clavan con fuerza en sus palmas.
—¿Crees
que caeré esta vez?
—Claro
que sí.
El
rostro del hombre casi parece sorprendido por una pregunta tan obvia. Sin saber
cómo, se desliza hacia delante y se queda a unos centímetros del rostro de la
muchacha. Eva apenas ha visto el movimiento. No ha andado, es como si se
hubiera deslizado en el propio aire. Cuando se miran a los ojos, Eva no ve nada
dentro de ellos. Están vacíos. Al fin y al cabo, sigue siendo otro demonio. Los
rostros de ambos permanecen impasibles durante unos segundos, esperando
cualquier gesto por parte del otro. La manzana mordida rueda por el suelo,
perdiendo toda su hermosura de hace unos minutos.
—¿Tengo
que recordarte quién eres? —dice casi en un siseo. Aparta el cabello que tapa
el oído de Eva y se acerca más—. Apestas a pecado.
Eva
aprieta los dientes con fuerza, haciendo que rechinen. Con un movimiento
rápido, como solo ella es capaz de hacer, se saca uno de los cuchillos del
cinturón y lo mueve hacia el cuello de Samael. Sin embargo es mucho más rápido
que ella, casi parece que estuviera esperando el ataque. La detiene sujetando
su muñeca con fuerza y empieza a retorcerla mientras la mueve hacia abajo. Eva
abre la mano y el cuchillo se cae al suelo, quedando bajo el pie del demonio. Samael
la mira como si no estuviera pasando nada, no ha parpadeado en ningún momento. No
parece tener intención de soltarle la muñeca, aunque tampoco está haciendo por
rompérsela. Como sea, Eva actúa sin pensar y le propina todo un cabezazo sobre
el tabique de la nariz, pero la que se acaba haciendo más daño es ella. Cuando
la suelta, se lleva las manos a la frente del dolor. Casi parece que haya sido
ella la atacada. Samael se coloca la nariz, haciendo que cruja, mientras mira
como Eva sufre el dolor en su cabeza y la muñeca.
—Siempre
cometiendo los mismos errores, Eva. Cuándo aprenderás.
La
chica le mira con odio, o puede que con impotencia. Siente que no puede hacer
nada contra él. Nunca podrá vencerle. La primera vez lo pudo haber hecho, pero
tomó la decisión equivocada.
—Fue
tu culpa.
El
rostro del demonio se queda serio durante unos segundo, como si estuviera
intentando pensar que contestarle. Pero lo sabe de sobra. Él lo sabe todo. Todo
sobre ella. Se agacha y toma la manzana del suelo. Le sopla un par de veces y
le quita la suciedad con la mano. Sus labios vuelven a formar una sonrisa llena
de malicia. Pero lo que más puede ver Eva en sus ojos vacíos es que se lo está
pasando muy bien a su costa. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará.
Eva
no entiende por qué la corrige en algo así. Da igual a cuantos le quiera echar
la culpa. Da igual cuantas excusas busque para justificar sus actos. Fue ella
la que decidió dar el mordisco, fueron sus dientes y sus labios los que
arrancaron el trozo de manzana.
—Dime,
¿estaba buena? —Samael le da un profundo mordisco a su manzana, haciendo que el
crujido se meta por los oídos de la chica y le taladre el cerebro.
—¿No
es aburrido estar siempre detrás de la misma persona?
—No
si cada vez le castigas de una manera —el demonio parece revolcarse de placer
en cada sílaba—. Ahora que lo pienso, tú nunca recuerdas como caíste la vez
anterior, ¿no?
Eva
no responde, bien lo sabe él. Como no tiene bastante con tener que ser castiga
por siempre por su estúpido error, nunca consigue recordar como pecó la vez
anterior. Se da cuenta que no sabe cuántas veces se ha reencarnado ya. Muchas
veces se ríe de ese pensamiento. Suena tan absurdo que todo parece una
pesadilla interminable. Ojalá.
—Además,
cada vez eres más divertida de —Samael se detiene en la última palabra. Debe de
estar disfrutando de lo lindo— incitar.
—¿No
has pensado alguna vez en matarme?
—¿Matarte?
¡Eso sería pecado!
Se
vuelve a reír y uno de los cuchillos de Eva sale disparado a la garganta del
demonio, quedando clavado en ella. Eva respira como un animal enfurecido apunto
de envestir contra su blanco. Su risa se ha detenido y Samael mira el cuchillo,
curioso. Antes de sacárselo de su sitio, Eva lanza otro cuchillo, más grande
que el anterior. Este se queda justo entre los ojos del demonio. Samael
suspira. Se quita ambos cuchillo sin mancharlos de sangre. Ni una gota sale de
sus heridas. El cuerpo de Eva empieza a temblar y su cerebro se colapsa. No es
el hecho de no hacerle heridas, directamente el demonio no sangra. Es la primera
vez que ve eso y hace que entre en pánico. Eva se distrae, y cuando parpadea
Samael está otra vez frente a ella, haciéndole un corte en la mejilla con uno
de sus cuchillos. Hasta que su corte no empieza a sangrar, la muchacha no
reacciona. Es incapaz de moverse. Samael lame el cuchillo de abajo a arriba,
delante de la atenta mirada de Eva.
—¿Sabes
por qué me gustan tanto las manzanas? —Eva permanece quieta, esperando que le
clave el cuchillo en cualquier momento—. Me resultan dulces y ácidas a la vez. Como
tú.
Samael
acaricia la mejilla herida de la chica y deja que la sangre empape su dedo,
para después volver a limpiarse con la lengua. Eva piensa en clavarle un par de
cuchillos en los ojos y salir corriendo. Sí, estaría huyendo, pero al menos
conseguiría algo más de tiempo. No sabe si tiene planeado esperar o hacer que
peque ahora mismo, pero lo último que va a hacer es quedarse quieta a esperar. Se
lleva una mano a la parte trasera de su cinturón, buscando con sus dedos otro
cuchillo.
—No
te molestes. Tus armas no le hacen nada.
Ambos
se sorprenden por la voz que acaba de emerger de la oscuridad, tras la espalda
de Eva. Samael se pone recto. No recuerda esa voz, pero si el olor que
desprende su dueño. Sonríe divertido. Parece que el caballero por fin ha hecho
su presencia. Eva sigue sin moverse, no le hace falta, y no quiere perder de
vista al demonio.
—Ya
estaba pensando que no vendrías a saludarme. La última vez no tuvimos
oportunidad de vernos.
Adán
se coloca a la altura de Eva. Ninguno mira al otro, no hace falta. El demonio
da unos pasos hacia atrás, pero sin borrar su sonrisa divertida en su rostro.
Sin embargo, Samael nota algo raro en el ambiente. No, no es en el ambiente, es
en Adán.
—¿Qué
has querido decir? —pregunta Eva, notando como sus músculos se han relajado al
tener al muchacho a su lado.
Adán
no responde, y como bien le enseñó su compañera, estira su brazo derecho y un
cuchillo sale disparado hacia Samael. El demonio se aparta veloz de su
posición, haciendo que el cuchillo vaya a la nada y caiga al suelo. Eva tarda
en darse cuenta de lo que le quiere decir. Samael empieza de nuevo a reírse
levemente y aplaude un par de veces.
—Vaya,
vaya. Si resulta que al final no vas a ser tan tonto.
Adán
no reacciona ante un intento de molestarte tan estúpido como ese. Aunque no lo
parezca, a la hora de pelear es mucho más racional que Eva y menos impulsivo.
—Estabas
tardando tanto en averiguarlo que jamás pensé que pudiera llegar este día.
Eva
mira a su compañero. Está tan sereno y tranquilo que casi le cuesta
reconocerlo. Como si nada de lo que pueda decir o hacer Samael le vaya a
afectar. Nunca lo había visto tan concentrado. Ni siquiera está tenso, al
contrario que el demonio. El corazón de Eva se acelera. Acaba de descubrir el
punto débil del demonio.
—Dime,
Adán —dice el nombre del muchacho con un tono burlón— ¿qué piensas hacer ahora?
—Algo
que Eva no puede hacer —el demonio y la chica le miran—. Matarte.
La
sonrisa del demonio se amplia y por primera vez Eva de fija en los colmillos
afilados de Samael. Le recuerdan a los de una serpiente. Como no. El demonio da
unos pasos hacia delante, hacia la pareja. Prepara su boca para decir algo,
pero un puntiagudo dolor en la espalda detiene sus labios, y con ello sus pasos.
Samael aprieta su mandíbula mientras se saca el cuchillo de la espalda. Eva
nota miedo en los gestos del demonio, en sus ojos. Debe de estar tan acostumbrado
a ganar que el demonio puede haber olvidado incluso la sensación de dolor. A
pesar de la poca luz que hay, Eva se da cuenta que la sangre del demonio no es
roja. De hecho, es incapaz de saber de qué color es eso que gotea del cuchillo. Parece incluso algo viscoso. Adán
empieza a caminar hacia el demonio, dejando a Eva atrás.
—He
acabado con muchos demonios. Acabar con otro no será tan difícil.
Parece
que la diversión se ha terminado para Samael, quién lanza el cuchillo hacia
Adán, pero ni siquiera le roza. El cuchillo llega hasta los pies de Eva, el
muchacho había atado un hilo al arma. Definitivamente no reconoce al Adán que
está ahí en ese preciso instante. El demonio se incorpora y Eva puede escuchar
como hace crujir su espalda. Quiere ayudar a Adán, tendría que ser ella la que
se encargara de ese mal nacido, pero ya ha comprobado que es incapaz de hacerle
nada.
—He
estado mucho tiempo buscándote —dice en ese momento Adán, totalmente relajado y
sin ningún tipo de miedo—. No sé cómo no se me ocurrió que estarías donde
estuviera Eva.
Los
trabajos individuales, las misiones de nivel mayor al suyo, el entrenamiento
más fuerte al que se estaba sometiendo desde hacía meses.
Soy una idiota.
Lo
estaba haciendo todo delante de sus narices y Eva ni ha sido capaz de ver que
todo lo estaba haciendo por ella. Para ayudarla y hacer que toda esta pesadilla
acabe de una vez. Recuerda la pequeña pelea del bar y se lamenta con todas sus
fuerzas. Solo por eso ya se merece que Samael la castigue de una maldita vez. Pero
esta vez no. No después de todo el esfuerzo que Adán ha estado poniendo con tal
de protegerla. Siempre pensó que esa era su tarea respecto a Adán, que era ella
la que tenía que enseñar y proteger al chico indefenso que conoció en su día y
que parecía que no conseguía avanzar por mucho entrenamiento que tuviera. Pero
cuando le veía pelear en las misiones sabía que realmente era fuerte.
Seguramente sea más fuerte que ella. Al menos él no tiene que cargar con un
castigo eterno sobre sus hombros. No, eso no es verdad. Siempre tendrá que
cargar con ella.
—¿De
verdad crees que vas a poder matarme?
—No
puedes matar algo que no está vivo.
Eva
nota al demonio nervioso. Lo puede sentir. Está claro que Samael no tiene
pensado rendirse a la primera de cambio.
—Creo
que me estás tomando muy a la ligera.
Adán
sonríe de medio lado y saca una dentellada espada de su espalda.
—Lo
mismo digo.
En
el mismo instante que saca su arma, Samael da varios pasos hacia atrás. Una
extraña sensación le invade todo el cuerpo cuando sus ojos se posan sobre la
hoja dentellada de esa espada. Por un momento cree poder escuchar todos los
gemidos y aullidos de los demonios que han sido destruidos por culpa de esa
espada. Jamás pensó que pudiera llegar a ver un arma que le asustara. Parece
que tenga vida propia, y esta noche él es su víctima.
—¿Quieres
saber con qué está hecha?
Ahora
es Adán el que se está divirtiendo, su rosto lo dice todo. Sus ojos brillan,
como un niño pequeño emocionado con un nuevo juguete, y está presumiendo de él.
Samael apenas ve a Adán cuando salta hacia él con la espada en ambas manos,
dispuesto a atravesarlo. No consigue esquivarlo por completo, pues ve que su
mejilla ha empezado a sangrar levemente. Los ojos del demonio se afilan más,
así como sus dientes. Ahora una especie de saliva curiosamente viscosa gotea de
los colmillos más largos.
Adán
mueve su espada con una mano hacia el cuerpo del demonio, quien la detiene con
ambas manos. Sus uñas están de un color morado y Adán apostaría lo que fuera a
que se acaban de afilar, como sus colmillos. Samael suelta una especie de
siseo, como una serpiente enfadada que está a punto de atacar. Adán sonríe de
nuevo y se echa hacia atrás. La espada gira en sus manos como si fuera una
simple extensión de su propio brazo. Arma y dueño son uno.
La
respiración de Samael cada vez parece más pesada y hace un ruido extraño cada
vez que expulsa el aire. Ahora, cada vez que parpadea una especie de segundo
párpado se mueve en su ojo. Cuando el demonio se quita la capa, la pareja puede
ver como sus brazos están totalmente cubiertos por unas escamas de un color
amarillento nada agradable. Parecen cambiar de color cada vez que el demonio
toma aire. A Eva le da cada vez más asco ese sujeto. El demonio se mantiene en
su posición durante un largo tiempo, sopesando la situación y pensando en qué
hacer para salir victorioso. Lo que ha estado haciendo durante todo ese tiempo
hasta esa noche. Nunca antes le había dado problema Adán, no entiende cómo se
los puede dar ahora. Qué ha cambiado. No lo sabe.
—Atacar
a Eva no te va a servir de nada.
—¿Cómo
puedessss estar tan sssseguro?
—Está
totalmente desprotegida, y sus armas no te hacen nada. Sin embargo sigues
atacándome a mí —Eva reacciona. Parece que está totalmente fuera de juego, como
si no perteneciera a la escena—. No sé por qué, pero no la puedes matar. Ese no
es tu cometido —Samael está sorprendido. Nunca pensó que Adán pudiera
evolucionar de esa manera. Aunque siente curiosidad por saber cómo sabe todas
esas cosas— ¿Me equivoco?
—Realmente
me ssssorprendessss. Ni ssssiquiera Eva ha evolucionado tanto.
—Te
puedo asegurar que si ella te pudiera matar, ya lo habría hecho diez veces.
Samael
no dice nada, parece contento con el hecho de que Eva no le pueda matar. Desde
el momento en el que Adán llegó junto a ellos, el demonio ha tenido una
sensación muy extraña respecto al chico. Le falta algo que tiene Eva, y es el
miedo que le tiene. Sabe que esa noche no podrá ganar. Se da cuenta que, ha
pasado tanto tiempo centrado en Eva, que se había olvidado por completo de
Adán, dejando que éste pudiera mejorar. No va a ganar. No esta noche. Decide
marcharse, y hace que sus doce alas, casi más negras que la propia oscuridad,
se expandan en su espalda. Los muchachos se dan cuenta que las alas no están
formados por plumas.
—Essss
una pena que la charla deba terminar aquí.
—Ssssupongo
que podré arrancarte esassss escamassss otro día —dice Adán en tono burlón,
antes de que el demonio salga volando y desaparezca como si nada.
Ese
es el Adán que ella conoce. El muchacho guarda su espada en la funda y recoge
el cuchillo que había usado para atacar al demonio por la espalda. Todavía está
manchado.
—Creo
que nunca me acostumbraré a esta cosa —dice limpiando el arma.
Adán
hace como si nada hubiera pasado, como si no hubiera tenido que salvar a Eva de
su propio demonio. La muchacha está avergonzada, es incapaz de mirarle a la
cara. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Gracias y perdón por ser una inútil? Eso
podría valer, si al menos fuera capaz de decirlo. Adán le mira con una sonrisa
de oreja a oreja, pero la chica está totalmente apagada. Suspira. Sabe que a
Eva nunca le ha gustado que la salven, no le gusta deber favores a la gente.
Pero él no es gente. Se adelante
hacia ella y la abraza con fuerza, pillándola totalmente desprevenida.
—Me
da igual que no me digas nada. Con que estés a salvo me basta.
Después
de esas palabras, Eva le devuelve el abrazo con fuerza, y esa es toda la
respuesta que el muchacho necesita.
Los
dos saben que esto no ha terminado ahí. Samael volverá para cumplir lo de
siempre. Porque ella es Eva, y siempre lo será.
Pero
ya no está sola. Nunca más lo estará.
OH
ResponderEliminarDIOS
MIO
Qué pedazo de relato, creo que me he enamorado total y absolutamente.
Es brillante, de veras.
Los personajes muy bien escogidos, una historia con historia y una maravilla de redacción.
Enhorabuena.
Besos grises
Ya, ya te lei.
ResponderEliminarAyer tuve que dejarte a medias y me sentí mal, y ahora vas tu y me dejas así. En fin...
La verdad es que me ha gustado y suerte que no lo pusiste en partes, porque es largo pero no engancharía lo mismo a partes, creo yo. Me ha gustado mucho y la verdad es que me ha hecho gracia lo de Eva y Samael y el que la pobre no pudiera ni salvarse a sí misma pues... pobre. Aunque no sé, podrías haber definido un poco más la relación de Adán y Eva, habría sido curioso.
¿Vas a escribir más? Espero que sí porque me has dejado muy a medias jaja. Ya te acosaré via Twitter :)
Un besín.