5.5.14

Examen

Cuando llegan a las puertas del cuartel general, a Lyenna se le atraganta su propia saliva. Mira el edificio delante de ella y siente que se hace grande por momentos, y sus puertas se abren con intención de devorarla y no dejarla salir nunca más. Quizás tendría que haber escuchado a los demás y no haber aceptado la invitación. No, maldita sea, no tenía otra opción. Llena sus pulmones con todo el aire que puede y rebusca en cada rincón de su interior las fuerzas necesarias para dar el paso y atravesar esas portadas. Su padre le aprieta el hombro y siente que todos los nervios se disipan por unos instantes.

—Tranquila.

Pero sabe que él está incluso más nervioso que ella. Al fin y al cabo, a ningún padre le gusta ver como pegan a su hija. Lyenna sabe de sobra que la prueba no va a ser fácil, sobre todo teniendo en cuenta que está allí casi de manera obligada. Aprieta sus puños con fuerza y por fin traspasan las puertas. El sitio está totalmente vacío, tan tranquilo que a Lyenna se le ponen los pelos de punta. Siente como si las paredes fueran las que le están mirando, las que se pregunta qué demonios hace una cría en un lugar como ese. A los laterales del pasillo hay decenas de puertas, sin carteles o cualquier otro signo que diga de qué es cada una. Evidentemente a los que trabajen allí eso no les hace falta. Lyenna lo prefiere así. Espera que sea la única vez que vaya al cuartel, y no tiene ganas de llevarse recuerdos extraños. Al final del pasillo hay una luz, y antes de cruzarla su padre se detiene en seco y la mira a los ojo.

—Yo me tengo que quedar aquí.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Para qué me has acompañado entonces?

Eso quisiera saber Rike. En el último momento le dijeron que tendría que esperar fuera de la zona de prueba, cosa de la que tenía la primera noticia, porque después de todos los años que había trabajado para el gobierno en  la Ciudad Azul, nunca había escuchado tal cosa.

—Tranquila, solo es una prueba. Ni siquiera tienes que esforzarte.

A menos que estén buscando algo en concreto.

—Escucha, si en algún momento sientes que estás en peligro —los ojos de Lyenna se abren como platos— tan solo pide que suspendan la prueba. Están obligados a hacerlo.

A Lyenna se le ha empezado a llenar la cabeza de dudas y preguntas. El estómago parece que se haya dado la vuelta, no recuerda haber tenido nunca tantas náuseas como en ese momento. Respira hondo un par de veces, con las manos de su padre apretando sus hombros. Siente como si le quisiera pasar todas sus fuerzas. Ambos se sonríe y Lyenna desaparece tras cruzar la luz.

Cuando sus ojos se acostumbran a la luz del lugar, se da cuenta que está en un patio de planta cuadrada. Se sorprende. Esperaba encontrarse un sitio lleno de soldados a la espera de ver como alguno de ellos la dejaba en ridículo. Pero no. Es mucho peor. Solo está Shyron, y detrás de él un hombre mayor se apoya sobre una espada clavada en la arena. El muchacho sonríe y le pone los pelos de punta (como solo él sabe hacer). Lyenna puede notar como de un momento a otro va a estallar de emoción, como si fuera a ponerse a pegar saltos. El hombre, por el contrario, parece totalmente calmado, parece que ni siquiera se haya percatado de su presencia. A la distancia a la que se encuentra de ambos, es incapaz de ver con claridad los ojos del hombre, pero Lyenna siente algo que no le gusta nada.

—Soy…
—Empezad.

El hombre se da media vuelta y se sienta en una silla de madera. Su espada se queda clavada en su sitio. A Lyenna le da la sensación de que es un espectador más, aunque seguramente sea la persona que la evalue. Tenía la esperanza de no tener que luchar otra vez con Shyron, pues es evidente que el día que se enfrentaron en el bosque, el muchacho se estuvo conteniendo. Lo más probable es que se dejara vencer para poder ver la fuerza que tenía.

—Creí que no vendrías.

Lyenna no responde. Se adentra en la arena y en ese momento una especie de barrera rodea la zona en la que van a pelear. Cuando se fija bien, puede ver como el muro está rodeado por electricidad. Piensa que se toman demasiadas molestias para una simple prueba, pero eso es lo de menos. Cuando dirige su cuerpo hacia la posición de Shyron, ve que el muchacho está jugando con un cuchillo entre sus manos. Con la anilla que el arma tiene en el borde, lo hace girar sin parar mientras se lo cambia de dedos constantemente. Sabe que el muchacho no es lo que aparenta. Pero ella tampoco.

—¿Estás nerviosa? —le mira divertido—. Tranquila, no nos pueden escuchar desde fuera. Puedes llorar si quieres. 

La chica hace oídos sordos, no quiere caer en su estúpido juego de haber quien insulta mejor. Shyron siempre usa ese tipo de estrategia, es una manera estúpida a la vez que simple de desconcentrar al oponente. La chica le mira, preparada para cualquier tipo de movimiento extraño. Shyron es de todo menos de fiar. El chico le sonríe, siempre tiene esa estúpida sonrisa de superioridad en su rostro. Sin tan solo se la pudiera borrar para siempre, Lyenna estaría más que satisfecha. En ese instante, el chico echa una mirada hacia atrás, hacia el hombre de la espada. Lyenna no ha escuchado nada, pero sin pensarlo dos veces empieza a correr hacia el chico con su puño preparado para estampárselo como mejor pueda. Shyron la detiene con su mano, sin apenas parpadear.

—Creí que tenías mejores modales.

Lyenna se aleja del chico unos pasos hacia atrás. Se miran a los ojos, intentando leer los pensamientos del otro. La chica recuerda lo que siempre le dice Shander, lo predecible que es. Eso debe cambiar en este preciso momento si quiere salir ganando. El problema es que no sabe cómo lo hace y como dejar de hacerlo. Shander nunca se lo quiere decir.

Si te lo digo nunca aprenderás de tus propios errores. Lo tienes que descubrir tú misma.

Lyenna chasquea la lengua. Shander y sus estúpidas lecciones. Deja de darle tantas vueltas y envuelve sus puños en una capa de hielo. Sus puños empiezan a moverse hacia Shyron con toda su fuerza, dejando un rastro de escarcha en el aire que se evapora a los pocos segundos. El chico los esquiva con tan solo mover su cabeza al lado contrario. Lyenna aprieta los dientes de rabia, pero intenta tranquilizarse. No debe perder el control, debe estar concentrada. Se agacha y estira su pierna para golpear los tobillos del chico, pero él la detiene con tan solo su pie. En ese instante le propina un puñetazo en la mejilla.

Lyenna se queda unos segundos en la arena y escupe sangre. Usa todas sus fuerzas para no gruñir como un animal y lanzarse contra Shyron. Lo único que conseguiría sería otro golpe. Ahora sí que tiene claro que el día del bosque se estuvo conteniendo.

—Lyenna, Lyenna —al tipo parece que le encante su nombre— estás siendo muy decepcionante.
—No he venido aquí para impresionarte.

Shyron sonríe de medio lado. Por fin le ha hecho hablar.  

—El día del bosque fue mucho más divertido. ¿Por qué no te esfuerzas un poco?
—No tengo intención de gastar energía de manera innecesaria contigo. ¿No tuviste suficiente?
—No, porque te dejé ganar —Shyron no ve cambios en el rostro de la chica—. Aunque eso ya lo sabías.
—Lo pusiste demasiado fácil.
—Si —el chico se hace el pensativo— y puede que ahora sea demasiado difícil.

Ahora sí que ve cambio en el rostro de Lyenna. Ve rabia, y odio, y poder. Parece que sus ojos hayan empezado a brillar por sí solos, tan solo tenía que pulsar el botón correcto. Ese día descubrió algo muy importante, y es que a Lyenna le gusta pelear. Por lo tanto, el orgullo es algo que Lyenna no dejará que nadie toque. Y mucho menos él. Eso le encanta. Le encanta sacar lo peor de cada persona con tan solo unas sílabas y el tono correcto. Es tan sencillo pero a la vez tan divertido. Consigue contenerse la risa.
—Tenía la esperanza de que vinieras con tu amiguito. Me habría gustado ver su cara.

Si, a Shander también le habría gustado ir. De hecho se ofreció a acompañarla en cuanto dijo que podía ir con alguien a la prueba. Pero no. Lyenna sabía que tenía que ir con su padre, para demostrarle que no es una niña y que no necesita la protección de nadie para poder vivir. Aunque al final, ni a su padre le han dejado entrar a la zona de prueba. Además, si hubiera ido con Shander seguro que habría sido peor para todos. A saber lo que habría hecho ese idiota. Lyenna toma y suelta el aire. Se tiene que tranquilizar. Lo mejor es terminar cuanto antes.

—¿He venido aquí solo para que te rías un rato? —y se ríe.
—No, has venido a pelear para él —con el dedo gordo señala al hombre que hay detrás de él.  
—¿Y por qué no es él quien está en tu lugar?
—¿Acaso tienes ganas de morir? —Lyenna no dice nada, no se esperaba eso—. Veo que no.

En ese momento Shyron se vuelve a girar hacia el hombre. Pero Lyenna no ve que el hombre esté moviendo los labios, ni siquiera se mueve su cuerpo. Tan solo los observa de manera fría, ni siquiera parece interesado en la pelea. 

—Vale, vale —dice de repente Shyron—. Nunca deja que me divierta un poco.

Todo sucede tan rápido que Lyenna apenas sabe qué ocurre. Después de que el muchacho haya dicho eso, la joven se encuentra esquivando (con bastante dificultad) los puñetazos y patadas de Shyron. Los puños rozan sus mejillas con tal velocidad que parecen dejar pequeños cortes, pero de los que no sale sangre alguna. Sus patadas, por el contrario, se han centrado en intentar golpearle los costados una y otra vez. Lyenna maldice por lo bajo. Tiene que lanzar algún ataque como sea antes de recibir alguno de sus golpes. Piensa que puede ser inútil, pero cuando la pierna vuelve a volar hacia ella, recibe el golpe en las costillas y la agarra con fuerza. Estira de la pierna y hace que el muchacho empiece a cojear hacia ella. Apenas tiene unos segundos antes de que Shyron pueda reaccionar, pero es demasiado tarde. Cuando ni siquiera ha terminado de pensar en qué hacer después, el pie libre de Shyron choca contra su cabeza y la tira al suelo.
Lyenna posa su mano en la zona golpeada. La vista del ojo izquierdo ha empezado a nublarse unos segundos. Cuando levanta la cara para mirar hacia donde está Shyron, recibe otra patada en la parte derecha de su cara. Un gemido de dolor se le escapa, acompañado de sangre en el labio. Cree escuchar la voz del chico diciéndole algo, pero el oído le pita demasiado como para entender nada en claro. Agita la cabeza un par de veces, con el deseo de que todo lo que se está acumulando en ella desaparezca.

La arenilla cruje bajo las botas de Shyron, quien camina hacia ella de manera tranquila. Suspira con fuerza. La verdad que la chica le ha decepcionado mucho. ¿Qué demonios ha pasado con la Lyenna que le dio la paliza en el bosque? Vale que se dejó ganar, pero toda la confianza y la diversión que la chica tuvo ese día, hoy han desaparecido. Como si nunca hubieran existido. O como si fuera una persona totalmente diferente. Quizás debería haber bajado un poco su nivel, pero si lo hubiera hecho habría sido él quien habría recibido otra paliza. Y no de parte de Lyenna, precisamente. Pero la chica está peleando tan mal, que si Shyron realmente usara todo su poder estaría ya medio muerta, y eso no sería divertido.

Ni siquiera ha invocado su espada.

Decide terminar esto cuanto antes. Levanta el pie para golpearle una última vez, y lo hace. Pero algo bajo su pie cruje. Como si hubiera hecho una grieta en alguna superficie dura. Como si hubiera roto un cristal. No. Cuando se agacha un poco para mirar mejor ve el cuerpo de la chica recubierto de una fina capa de hielo. Hace fuerza con su pie y escucha el crujido del hielo. Es un sonido tan agradable que Shyron continúa haciendo presión. Hasta que la broma deja de tener gracia cuando ve que es su bota la que está empezando a congelarse. Se aparta de la chica y golpea con fuerza el suelo, deshaciéndose del hielo que ha empezado a cubrirle. Pero Shyron está satisfecho, esto era justo lo que estaba deseando. Si, era imposible que Lyenna se rindiera tan pronto.

La chica comienza a incorporarse bajo la atenta mirada de los dos hombres que hay en aquel sitio. Uno, Shyron, que la mira como un niño mira a un juguete, y el otro, que no le ha quitado la vista en ningún momento, ni siquiera cuando parecía que el chico había terminado con ella. Como si supiera que esa no era la Lyenna verdadera. Como si la conociera mejor que ella misma. Lyenna pone su espalda todo lo recta que puede, haciéndola crujir. Escupe al suelo una mezcla de saliva y sangre un par de veces, y Shyron sigue sin hacer nada. Está dejando que se tome su tiempo. La muchacha nota como le arde toda la cara por culpa de las patadas, por lo que se posa sus dos manos heladas en las mejillas. Cuando baja las manos, Shyron puede ver de nuevo esa fina capa de hielo, pero esta vez solo se concentra sobre las heridas.

—Menos mal que te has levantado. Le hablé muy bien de ti, y estaba quedando como un mentiroso.
—Culpa mía —vuelve a escupir sangre. El corte del labio no deja de sangrar y odia el sabor a sangre—. No volverá a ocurrir.

Esas palabras hacen muy feliz a Shyron, todas las personas allí presentes lo saben de una u otra manera. Ninguno de los dos se mueve, a la espera de que el otro sea el que dé el primer paso en el ataque. Como si no hubiera prisa, Lyenna se masajea los hombros, las patadas que ha recibido en la cara le han producido calambres. Nada agradable para pelear.

—¿Esa espada de ahí fuera es tuya?

La pregunta pilla desprevenido al muchacho. Esperaba que le atacara, no que le hiciera una pregunta como esa.

—No tendría sentido dejarla fuera.
—El hecho de que no la estés usando no quiere decir que tus habilidades no hayan mejorado con la invocación.

Shyron se sorprende, y no lo oculta, de hecho exagera el gesto de su rostro. Que él sepa, en la escuela no se da un estudio demasiado intensivo sobre los que poseen su tipo de poder de invocación. Se piensa que es un poder sin demasiadas complicaciones. Pero se equivocan. Un error que comenten muchas persones es subestimar algunos poderes. Todo poder puede ser muy poderoso si se le da un uso correcto, o más  bien si se aprende a usarlo y aprovechar todo su potencial. Y Shyron no es precisamente una persona débil. En el ejército real, a todos los Epiklísi, se les enseña a pelear, en primer lugar, sin tener que hacer la invocación. Solo deben hacerlo en casos realmente necesarios, para no malgastar energía ni poder. Sin embargo, pocas personas hacen caso de esto, y Shyron no es precisamente una de ellas. Le gusta presumir de su espada, le gusta estar por encima de todos, aunque para ello tenga que pisar a la gente. Nunca se ha preocupado por nadie que no fuera él mismo. No merece la pena.

—¿Por qué no la estás usando?
—No lo veo necesario.
—Sin embargo la tienes invocada para que tu poder aumente.
—¿Crees que estoy haciendo trampa?
—Creo que tienes la mala costumbre de subestimar a la gente.

Shyron se encoge de hombros. No tiene por qué darle explicaciones sobre su manera de pelear. Da un paso hacia delante y sus pies caen sobre un charco. Es evidente que la chica lo ha colocado ahí, y entonces se da cuenta que todo la zona de pelea está llena de charcos. Sin embargo, no le da mayor importancia.

—A los dos nos están esperando, así que mejor acabar esto cuanto antes.
—Sí, no vaya a ser que te castiguen—dice la chica, tentándolo.

Su pie da otro paso, y como si hubiera pisado una mina, de uno de los charcos empiezan a salir trozos pequeños de hielo en su dirección. Varios de ellos rozan sus ropas y su rostro, dejándole leves cortes. Cae al suelo sobre otro charco, y sus ropas empiezan a congelarse, por lo que se las quita a toda prisa. Lyenna adora esa expresión en el rostro del muchacho.

—¿No sabes hacer otra cosa que no sean truquitos de magia?
—¿Acaso te molestan?

Lyenna está de brazos cruzados, viendo como el chico intenta solucionar el problema de los charcos. Shyron no entiende por qué no pelea cuerpo a cuerpo, como aquella vez en el bosque. A los dos les encantan pelear, lo sabe. Y aunque aquel día se contuvo, lo disfrutó. Disfrutó viendo como otra persona arremetía contra él con todas sus fuerzas. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien en una pelea, y jamás hubiera pensado que una chica pudiera conseguir eso. Pero, desgraciadamente, Lyenna no conoce todo su potencial. Sería interesante tenerla en el ejército, aunque sabe de sobra que la chica no tiene intención alguna de entrar. Siempre lo ha sabido. En sus gestos, en sus palabras, en sus miradas. No es una persona que busque gloria dentro del ejército, ni siquiera es una persona que busque luchar por el reino en el que vive. Pero eso no quita que a la chica le encante pelear. Sin embargo hoy no lo está disfrutando, no está dando todo lo que tiene, ni siquiera la mitad de su capacidad. Eso llena de rabia a Shyron. Odia aburrirse en los combates.

—El día del bosque te divertiste, ¿verdad? —Lyenna no tiene muy claro qué tipo de estrategia va a usar ahora. De manera inconsciente, y gracias a los entrenamientos con Shander, su cuerpo se pone a la defensiva—. Me estaba preguntando por qué no estás luchando igual.
—Algo me dice que ya lo sabes.
Shyron sonrie, Lyenna frunce el ceño.
—¿Crees que haciendo esto van a dejarte en paz? —sin quererlo, Lyenna dirige su mirada al hombre de fuera y sus miradas de cruzan—. Por el simple hecho de haberte levantando antes ya les has dado una pequeña esperanza. Por el simple hecho de estar controlándote, les gustas más.
—No tengo intención de meterme al ejército.
—A ellos eso se la suda. Les da igual lo que quieras o pienses. Son el gobierno. Si te quieren dentro del ejército, te tendrán. Y si creen que mereces ser exiliada, te exiliarán.

El padre de Shander corre hacia su mente de inmediato. Nadie sabe qué ocurre cuando exilian a una persona. Ni siquiera se sabe si esa persona sigue con vida. Y si así es, dónde está, o en qué condiciones está viviendo. Un escalofrío recorre todo su cuerpo y su gesto se ablanda. 

—Si entraras al ejército te harías más fuerte de lo que puedas imaginar.
—No quiero hacerme fuerte.
—Los dos sabemos que eso es mentira, Lyenna.

Los dientes de la chica rechinan. Odia ese tipo de actitud en Shyron, siempre creyendo que lo sabe todo, que conoce a todo el mundo, pero nadie le conoce a él. Lo peor de todo, y lo que odia tener que admitir, aunque sea para sí misma, es que lleva razón. En el momento en el que se dio cuenta que le gustaba pelear, la idea de hacerse más fuerte cada día era algo muy tentador. Poder pelear tanto con su cuerpo como con su poder. No dejar que nadie la doblegara.

—Quiero suspender la prueba.  

Shyron se queda petrificado. No, debe haber escuchado mal. Lyenna jamás haría algo así. Alguien como ella no se dejaría caer tan bajo.

—¿Qué?
—Me retiro, anulad la pelea.  
—No pienso dejar que hagas eso.

Lyenna se mueve unos pasos hacia la derecha para poder mirar de frente al hombre de fuera. Repite sus palabras vocalizando con cuidado cada sílaba. Shyron se gira alterado hacia el hombre, que está totalmente relajado. Ni siquiera parece enfadado. Aunque eso hace que Shyron empiece a sudar. El hombre se levanta de su silla y la barrera eléctrica desaparece. En ese momento la espada se convierte en una especie de humo y desaparece alrededor del hombre. Al final la espada no era de Shyron. Y pensar que casi le da una paliza sin haber tenido que invocar su espada.

—Espero que no se haya precipitado en su elección.
—No, señor.

A pesar de tener una voz casi agradable  y estar totalmente calmado, hay algo en ese hombre que pone los pelos de punta a Lyenna. Además de ser un hombre alto es bastante corpulento, aunque no es eso lo que asusta a la chica. Le entra la curiosidad para saber qué tipo de hombre es, y es evidente que es muy fuerte, aunque no lleva ninguna marca que indique su rango en el ejército. Ni siquiera lleva uniforme.

—Gracias por haber aceptado la invitación.

El hombre da media vuelta, y con las manos cruzadas en su espalda, desaparece por una puerta de hierro que hay tras la silla en la que había estado colocado. Shyron sigue de pie en la arena, y sus ojos no desprenden otra cosa que no sea rabia. Rabia hacia ella. Quería pelear, quería devolverle la del bosque, pero también la quería volver a ver pelear. Quería disfrutar de este día y ha perdido la oportunidad. El muchacho empieza a caminar hacia su posición, pero Lyenna permanece quieta.

—No creas que te has librado.


El susurro se mete por sus oídos y poner en alerta todos sus sentidos, pero Shyron se marcha por el mismo sitio que el hombre anterior. En el mismo instante en el que se queda sola, pierde el control de sus piernas y estas empiezan a temblar. Con los dos hombres fuera de escena es como si el ambiente se hubiera vuelto más ligero, aunque obviamente es por culpa de sus nervios. Se pasa la mano por la frente, aunque se da cuenta que no está sudando. Recuerda el hielo que había colocado en su rostro y lo quita, pero al tocarse las heridas le siguen doliendo. Vuelve a escupir, apenas le sale sangre del labio. No quiere pensar cómo se va a poner su padre cuando le vea la cara, aunque ha salido mejor parada de lo que esperaba.

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