12.5.14

Después del pecado.

Es un relato que escribí hace un tiempo para un concurso de Ángeles y Demonios. 
Yo elegí un demonio y me tocó  Samael. Aunque considero que me quedó 
un relato un poco raro (sobre todo por los personajes que uso) 
me gusta bastante como me salió al final. 


Sus dedos no paran de tamborilear en la mesa del bar. Da varios toques con el dedo índice y luego bailan los demás. Ya no sabe cuánto tiempo lleva haciéndolo. Prefiere no mirar la hora, la desesperación podría ser peor. Cada movimiento de la aguja del reloj parece que le grite al oído que su compañero no va a regresar, que deje de esperar. Su mandíbula cruje con solo pensar en eso. Más le vale volver con vida a ese desgraciado. Es incapaz de beber en ese momento. Como no tiene suficiente con sus dedos, cruza las piernas y el pie que queda colgando empieza a balancearse, evitando chocarse contra la pata central de la mesa.

—¿Todavía no ha regresado?

La voz de la camarera la despierta de su desesperación. Sus dedos se detienen y esconde las manos bajo la mesa. No le gusta que la gente la vea nerviosa. Sin embargo su pie no se puede estar quieto. La chica deja la bandeja metálica y se sienta enfrente de ella, masajeándose el cuello.

—Tranquila, estará al caer.
—Más le vale volver con vida, porque entonces voy a ser yo quien lo mate.
Su nueva acompañante rompe en carcajadas.
—Al menos déjale que disfrute un poco de su victoria.
—Nunca tarda tanto en encargarse de un demonio.
—Ya sabes como es, seguro que se ha entretenido en medio el camino mirando el culo de alguna chica.

Si, seguro que es eso. Y así es como le paga la confianza que posa en él, persiguiendo jovencitas. Cambia las piernas de posición y se bebe todo el líquido que le queda en el vaso. Alguien pega un grito en el bar y su amiga suspira, para después levantarse y volver a su trabajo. Ella es incapaz de permanecer en un mismo sitio durante mucho tiempo, no entiende como Ana ha podido estar todos esos años encerrada en el bar. Y los que le quedan. Respira profundamente y detiene todos los movimientos de su cuerpo. A pesar de todo el tiempo que llevan juntos, cada vez que sale solo a alguna misión se pone de los nervios. Debería confiar más en él. Es totalmente capaz de ocuparse de cualquier demonio de clase media-alta (a pesar de su leve obsesión con las mujeres).
Todavía recuerda la primera vez que lo vio, el día que se lo presentaron como su compañero. Era un niño enclenque y delgaducho que para colmo era el típico graciosillo de turno, incapaz de tomarse las cosas en serio. Lo más divertido fue cuando le dijeron que se llamaba Adán. Quisiera o no, debían de estar juntos. Aprendía bastante rápido, más de lo normal. Eso le gustó, odia repetir las cosas más de dos veces. El único problema que todavía no ha conseguido erradicar del muchacho es el tema del orgullo. Le cuesta mucho pedir ayuda, prefiere hacer las cosas por si mismo, aunque le cuesten la vida. Y más de una vez ha estado a punto de costarle ese precio tan alto. Concretamente le ha salvado el culo dos veces, y eso es una espina que estará clavada dentro del muchacho hasta el día que le pueda devolver los favores. Sabe que Adán desea superar el nivel que tiene actualmente, y eso le está llevando a coger misiones demasiado peligrosas para él solo. Justo cuando se levanta de su asiento, dispuesta a salir a por él, la puerta de abre de golpe y su compañero entra armando tanto jaleo como siempre.

—¡Mirad quien ha regresado! —grita un hombre desde la barra, levantando su jarra al aire.
—¿Ya me echabais de menos?

Adán empieza a alardear de todo lo que ha hecho con cada persona que le saluda en el bar. La chica decide sentarse en su sitio y esperar. La opresión del pecho ha desaparecido y su cuerpo está relajado.

—Eh, Ana, ¿quieres saber cómo he matado al demonio esta vez?
—Quizás deberías explicárselo a otra persona.

La muchacha le esquiva, elevando su bandeja por el aire para poder seguir sirviendo a sus clientes. Adán suspira con fuerza y dirige la mirada a la mesa de su compañera. Esperaba no tener que hablar con ella, pero es evidente que ella no le iba a dejar escapar sin recibir alguna explicación. Ahora mismo preferiría estar enfrentándose a mil demonios antes que a ella. Antes que a Eva.

—Pensé que te habrías ido a casa.

Pero la chica no contesta, se cruza de brazos y le mira sin decir palabra. Odia que haga eso. Hace que se sienta peor, castigarlo con el silencio. Hacerle pensar en lo que ha hecho para que ella se ponga así. Odia pensar y darle vueltas a las cosas. Lo hecho, hecho está.

—¿Por qué no me pegas una paliza y quedamos en paz?

Eva levanta la mirada, curiosa por la sugerencia, haciendo que el muchacho se asuste. Ana aparece junto a la mesa y le da al muchacho la bebida de siempre. Adán aprovecha para apartar la mirada de su compañera y refrescarse la garganta, ganando algo de tiempo.

—Vamos Eva, no seas tan mala con él. Sabes que solo lo hace para poder mejorar.
—Escucha a Ana.

La chica revuelve el pelo del muchacho y sigue con su trabajo. Adán no puede quitarle los ojos de encima cuando le da la espalda. Por un momento se olvida de Eva  y se centra en el trasero de la camarera.

—¿Vas a explicarme por qué no haces más que coger misiones para ti solo? Se supone que somos compañeros.
—Ya te lo dije el otro día, Eva.
—¿De verdad crees que voy a tragarme esa mentira?
—Pues tenía la esperanza de que así fuera.
—Adán.

Al muchacho se le borra la sonrisilla del rostro. Ambos se miran, serios. El bullicio del bar los rodea, pero ninguno presta atención a su entorno, como si nada ni nadie más existiera excepto ellos dos. Eva no es precisamente la persona más alegre que ha conocido, pero sabe cuando las cosas se ponen tensas de verdad. Y eso está pasando ahora mismo. Ya no sabe que más contarle para que le deje de preguntar lo mismo cada vez que regresa de un trabajo. Ya no se le ocurren más mentiras creíbles. Eva se están cansando de que le evite tanto. Ya es casi descarado.

—Yo…
—Si vas a soltarme otra mentira, más te vale cerrar esa boca si no quieres que te la cierre yo.

La tensión de sus miradas se puede apreciar, Ana lo hace desde la barra. Pero no puede meterse en sus asuntos, ella no es como ellos dos. Ella no arriesga su vida limpiando las calles de demonios. No tiene derecho a opinar. Se queda pensando mientras un vaso se mueve entre sus manos para secarlo, y se da cuenta que es la primera vez que ve a Adán tan callado y serio como en este preciso instante. Ana deja el vaso con cuidado en su sitio, con los demás. Es verdad que últimamente ha notado un poco raro a Adán, pero parece que cuando el muchacho se da cuenta que las personas se preocupan por él vuelve otra vez a ser el escandaloso y alocado de siempre. Ana tiene un mal presentimiento.

—Estoy buscando algo.
—¿El qué?

Adán aprieta sus puños con fuerza bajo la mesa. Ya ha dicho demasiado. Solo con esas tres palabras. Eva le mira sin apenas parpadear. Aprieta sus labios con fuerza. Quiere gritarle todo lo que ha estado haciendo, por qué ha estado tan ausente. Pero sabe que no debe decirle nada. Al menos no todavía.

—¿Se puede saber en qué lio te has metido? —Eva se acerca al muchacho todo lo que la mesa le permite y susurra su frase.
—En ninguno. Solo —Adán intenta pensar sus palabras para no meter más la pata— necesito más tiempo.
—¿Para qué? —Eva está empezando a desesperarse.

No puede decir nada más, si no, todo lo que ha estado haciendo en ese tiempo no habrá servido para nada. Eva no puede saberlo, es por su bien. Todo lo hace por ella. Se convirtió en lo que es ahora para poder protegerla del destino que siempre ha llevado sobre sus hombros y que tanto le pesa. De repente el muchacho se levanta de su asiento y se dirige hacia la puerta con paso rápido. En un primer momento Eva se queda sentada, no sabe qué acaba de pasar. Cuando se quiere dar cuenta, la puerta del bar se abre y Adán desaparece. La camarera observa la escena mientras el bullicio del bar sigue como si nada y los clientes le siguen pidiendo sus bebidas. Eva se levanta, dejando un par de monedas sobre la mesa, y sale detrás de su compañero. Pero cuando sale a la calle, se da cuenta que la noche hace tiempo que cayó sobre las calles y apenas puede ver nada. Adán no está. Se mueve unos pasos en la dirección de siempre, con la esperanza de pillar al muchacho bajo alguna luz parpadeante. Pero llega a la esquina de la calle y allí no hay nadie.
Maldito seas. ¿No se da cuenta que está preocupada por él? No sabe que se lleva Adán entre manos, pero lo tiene que averiguar cuanto antes. Cada vez sale peor parado en las misiones, aunque esta vez no parecía estar herido. Una persona no se arriesga así como así simplemente para poder mejorar su nivel de cazador. Piensa que en parte puede ser culpa suya. Cuando se conocieron ella era así. Siempre haciendo cosas a su bola, sin contar nunca con él. Para qué iba a contar con él si tan solo era un novato con sueños estúpidos. La gente no vive de los sueños. Siempre había estado sola, y ser egoísta era su pan de cada día. Pero cuando llegó él, algo dentro de ella cambió, sin saber por qué. Como si ese agujero del pecho que siempre había tenido, de repente hubiera desaparecido. Y ese agujero se hacía cada vez más grande, cada vez que hacía algo sin contar con él. Lo de ser egoísta se tenía que acabar. Para los dos. Ahora eran como una sola persona. Si uno de ellos sufría, el otro también. Si uno lloraba, el otro lo hacía sin poder evitarlo. Si uno moría…
Un crujido escondido bajo la negrura de la calle pone los pelos de punta. Su respiración se detiene de golpe, como si no quisiera hacer ni el más mínimo ruido. Espera que el ruido se repita, pero nada pasa. Se queda quieta en medio de calle. Su corazón empieza a acelerarse poco a poco, chocando cada vez con más fuerza contra su pecho. La vena del cuello le late. Eva ha conseguido controlar su cuerpo después de muchas peleas y de muchos demonios. Ha conseguido controlar su miedo, para que no le afectara a la hora de actuar. Para que no la detuviera, justo como había hecho ahora. Ese crujido se ha metido por un oído y le ha salido por otro, deteniéndose dentro de su cabeza y haciendo que cada uno de sus pelos se pusiera de punta y que un escalofrío corriera de pies a cabeza. Se da cuenta que no está respirando y deja que el aire vuelva a entrar. Gira sobre sus pies para volver al bar como si nada hubiera pasado. El crujido le vuelve a dejar helada y se detiene otra vez. Traga saliva con tanta fuerza que cree escuchar el sonido por toda la calle desierta. Sus ojos se quedan clavados en la oscuridad que parece emanar un callejón delante de ella. La están vigilando y hasta ahora no se había dado cuenta. Ahora no es momento de sentirse decepcionada consigo misma, y cuando el crujido vuelve a resonar en sus oídos lleva su mano a la espalda. Con el corazón en un puño, mira hacia atrás. Se ha dejado el arma en el bar.

—Tranquila —dice en ese momento una voz masculina, teniendo toda la atención de Eva—. No voy a hacerte nada. De momento.
—¿Quién eres?
—Eva, Eva, Eva.
—Respóndeme.
—¿Esas son maneras de saludar a un viejo amigo?



Algo se mueve en la oscuridad y Eva da unos pasos hacia atrás. Recuerda los cuchillos que lleva en cada bota y enganchados en el cinturón, pero no hace ningún movimiento brusco. Si tuviera intención de atacarla, seguramente ya lo habría hecho. Bajo la luz amarillenta de una farola medio rota se forma una figura que viste una capa y mantiene la cabeza descubierta, mostrando un rostro pálido. El escalofrío que pasa por la columna de Eva es tan potente esta vez que la muchacha cierra ambas manos en dos puños para que no le tiemblen. Unos ojos afilados, como los de una serpiente, la miran divertidos.

—Veo que ya te acuerdas de mí.
—¿Qué quieres?

El hombre rompe en carcajadas y Eva tiene las ganas de moverse y asestarle un puñetazo en toda la cara, pero eso no mejorará la situación. Se está riendo de ella como nunca antes lo había hecho. Puede que incluso más que la primera vez que se vieron.

—Cada vez que nos encontramos tienes mejor sentido del humor.

En ese momento, el hombre muerde una hermosa manzana roja. La está insultando en su cara, sin miramientos, sin pensarlo dos veces. Restregándole el error que cometió un día y que la ha llevado hasta donde está. Pero no solo a ella, también a Adán. A todos. El rostro de la chica es consumido por la rabia y las uñas se clavan con fuerza en sus palmas.

—¿Crees que caeré esta vez?
—Claro que sí.

El rostro del hombre casi parece sorprendido por una pregunta tan obvia. Sin saber cómo, se desliza hacia delante y se queda a unos centímetros del rostro de la muchacha. Eva apenas ha visto el movimiento. No ha andado, es como si se hubiera deslizado en el propio aire. Cuando se miran a los ojos, Eva no ve nada dentro de ellos. Están vacíos. Al fin y al cabo, sigue siendo otro demonio. Los rostros de ambos permanecen impasibles durante unos segundos, esperando cualquier gesto por parte del otro. La manzana mordida rueda por el suelo, perdiendo toda su hermosura de hace unos minutos.

—¿Tengo que recordarte quién eres? —dice casi en un siseo. Aparta el cabello que tapa el oído de Eva y se acerca más—. Apestas a pecado.

Eva aprieta los dientes con fuerza, haciendo que rechinen. Con un movimiento rápido, como solo ella es capaz de hacer, se saca uno de los cuchillos del cinturón y lo mueve hacia el cuello de Samael. Sin embargo es mucho más rápido que ella, casi parece que estuviera esperando el ataque. La detiene sujetando su muñeca con fuerza y empieza a retorcerla mientras la mueve hacia abajo. Eva abre la mano y el cuchillo se cae al suelo, quedando bajo el pie del demonio. Samael la mira como si no estuviera pasando nada, no ha parpadeado en ningún momento. No parece tener intención de soltarle la muñeca, aunque tampoco está haciendo por rompérsela. Como sea, Eva actúa sin pensar y le propina todo un cabezazo sobre el tabique de la nariz, pero la que se acaba haciendo más daño es ella. Cuando la suelta, se lleva las manos a la frente del dolor. Casi parece que haya sido ella la atacada. Samael se coloca la nariz, haciendo que cruja, mientras mira como Eva sufre el dolor en su cabeza y la muñeca.

—Siempre cometiendo los mismos errores, Eva. Cuándo aprenderás.

La chica le mira con odio, o puede que con impotencia. Siente que no puede hacer nada contra él. Nunca podrá vencerle. La primera vez lo pudo haber hecho, pero tomó la decisión equivocada.

—Fue tu culpa.

El rostro del demonio se queda serio durante unos segundo, como si estuviera intentando pensar que contestarle. Pero lo sabe de sobra. Él lo sabe todo. Todo sobre ella. Se agacha y toma la manzana del suelo. Le sopla un par de veces y le quita la suciedad con la mano. Sus labios vuelven a formar una sonrisa llena de malicia. Pero lo que más puede ver Eva en sus ojos vacíos es que se lo está pasando muy bien a su costa. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará. 

—Creo que quieres decir que yo te incité.

Eva no entiende por qué la corrige en algo así. Da igual a cuantos le quiera echar la culpa. Da igual cuantas excusas busque para justificar sus actos. Fue ella la que decidió dar el mordisco, fueron sus dientes y sus labios los que arrancaron el trozo de manzana.

—Dime, ¿estaba buena? —Samael le da un profundo mordisco a su manzana, haciendo que el crujido se meta por los oídos de la chica y le taladre el cerebro.
—¿No es aburrido estar siempre detrás de la misma persona?
—No si cada vez le castigas de una manera —el demonio parece revolcarse de placer en cada sílaba­—. Ahora que lo pienso, tú nunca recuerdas como caíste la vez anterior, ¿no?

Eva no responde, bien lo sabe él. Como no tiene bastante con tener que ser castiga por siempre por su estúpido error, nunca consigue recordar como pecó la vez anterior. Se da cuenta que no sabe cuántas veces se ha reencarnado ya. Muchas veces se ríe de ese pensamiento. Suena tan absurdo que todo parece una pesadilla interminable. Ojalá.

—Además, cada vez eres más divertida de —Samael se detiene en la última palabra. Debe de estar disfrutando de lo lindo— incitar.
—¿No has pensado alguna vez en matarme?
—¿Matarte? ¡Eso sería pecado!

Se vuelve a reír y uno de los cuchillos de Eva sale disparado a la garganta del demonio, quedando clavado en ella. Eva respira como un animal enfurecido apunto de envestir contra su blanco. Su risa se ha detenido y Samael mira el cuchillo, curioso. Antes de sacárselo de su sitio, Eva lanza otro cuchillo, más grande que el anterior. Este se queda justo entre los ojos del demonio. Samael suspira. Se quita ambos cuchillo sin mancharlos de sangre. Ni una gota sale de sus heridas. El cuerpo de Eva empieza a temblar y su cerebro se colapsa. No es el hecho de no hacerle heridas, directamente el demonio no sangra. Es la primera vez que ve eso y hace que entre en pánico. Eva se distrae, y cuando parpadea Samael está otra vez frente a ella, haciéndole un corte en la mejilla con uno de sus cuchillos. Hasta que su corte no empieza a sangrar, la muchacha no reacciona. Es incapaz de moverse. Samael lame el cuchillo de abajo a arriba, delante de la atenta mirada de Eva.

—¿Sabes por qué me gustan tanto las manzanas? —Eva permanece quieta, esperando que le clave el cuchillo en cualquier momento—. Me resultan dulces y ácidas a la vez. Como tú.

Samael acaricia la mejilla herida de la chica y deja que la sangre empape su dedo, para después volver a limpiarse con la lengua. Eva piensa en clavarle un par de cuchillos en los ojos y salir corriendo. Sí, estaría huyendo, pero al menos conseguiría algo más de tiempo. No sabe si tiene planeado esperar o hacer que peque ahora mismo, pero lo último que va a hacer es quedarse quieta a esperar. Se lleva una mano a la parte trasera de su cinturón, buscando con sus dedos otro cuchillo.

—No te molestes. Tus armas no le hacen nada.

Ambos se sorprenden por la voz que acaba de emerger de la oscuridad, tras la espalda de Eva. Samael se pone recto. No recuerda esa voz, pero si el olor que desprende su dueño. Sonríe divertido. Parece que el caballero por fin ha hecho su presencia. Eva sigue sin moverse, no le hace falta, y no quiere perder de vista al demonio.

—Ya estaba pensando que no vendrías a saludarme. La última vez no tuvimos oportunidad de vernos.

Adán se coloca a la altura de Eva. Ninguno mira al otro, no hace falta. El demonio da unos pasos hacia atrás, pero sin borrar su sonrisa divertida en su rostro. Sin embargo, Samael nota algo raro en el ambiente. No, no es en el ambiente, es en Adán.

—¿Qué has querido decir? —pregunta Eva, notando como sus músculos se han relajado al tener al muchacho a su lado.

Adán no responde, y como bien le enseñó su compañera, estira su brazo derecho y un cuchillo sale disparado hacia Samael. El demonio se aparta veloz de su posición, haciendo que el cuchillo vaya a la nada y caiga al suelo. Eva tarda en darse cuenta de lo que le quiere decir. Samael empieza de nuevo a reírse levemente y aplaude un par de veces.

—Vaya, vaya. Si resulta que al final no vas a ser tan tonto.

Adán no reacciona ante un intento de molestarte tan estúpido como ese. Aunque no lo parezca, a la hora de pelear es mucho más racional que Eva y menos impulsivo.

—Estabas tardando tanto en averiguarlo que jamás pensé que pudiera llegar este día.

Eva mira a su compañero. Está tan sereno y tranquilo que casi le cuesta reconocerlo. Como si nada de lo que pueda decir o hacer Samael le vaya a afectar. Nunca lo había visto tan concentrado. Ni siquiera está tenso, al contrario que el demonio. El corazón de Eva se acelera. Acaba de descubrir el punto débil del demonio.

—Dime, Adán —dice el nombre del muchacho con un tono burlón— ¿qué piensas hacer ahora?
—Algo que Eva no puede hacer —el demonio y la chica le miran—. Matarte.

La sonrisa del demonio se amplia y por primera vez Eva de fija en los colmillos afilados de Samael. Le recuerdan a los de una serpiente. Como no. El demonio da unos pasos hacia delante, hacia la pareja. Prepara su boca para decir algo, pero un puntiagudo dolor en la espalda detiene sus labios, y con ello sus pasos. Samael aprieta su mandíbula mientras se saca el cuchillo de la espalda. Eva nota miedo en los gestos del demonio, en sus ojos. Debe de estar tan acostumbrado a ganar que el demonio puede haber olvidado incluso la sensación de dolor. A pesar de la poca luz que hay, Eva se da cuenta que la sangre del demonio no es roja. De hecho, es incapaz de saber de qué color es eso que gotea del cuchillo. Parece incluso algo viscoso. Adán empieza a caminar hacia el demonio, dejando a Eva atrás.

—He acabado con muchos demonios. Acabar con otro no será tan difícil.

Parece que la diversión se ha terminado para Samael, quién lanza el cuchillo hacia Adán, pero ni siquiera le roza. El cuchillo llega hasta los pies de Eva, el muchacho había atado un hilo al arma. Definitivamente no reconoce al Adán que está ahí en ese preciso instante. El demonio se incorpora y Eva puede escuchar como hace crujir su espalda. Quiere ayudar a Adán, tendría que ser ella la que se encargara de ese mal nacido, pero ya ha comprobado que es incapaz de hacerle nada.

—He estado mucho tiempo buscándote —dice en ese momento Adán, totalmente relajado y sin ningún tipo de miedo—. No sé cómo no se me ocurrió que estarías donde estuviera Eva.

Los trabajos individuales, las misiones de nivel mayor al suyo, el entrenamiento más fuerte al que se estaba sometiendo desde hacía meses.

Soy una idiota.

Lo estaba haciendo todo delante de sus narices y Eva ni ha sido capaz de ver que todo lo estaba haciendo por ella. Para ayudarla y hacer que toda esta pesadilla acabe de una vez. Recuerda la pequeña pelea del bar y se lamenta con todas sus fuerzas. Solo por eso ya se merece que Samael la castigue de una maldita vez. Pero esta vez no. No después de todo el esfuerzo que Adán ha estado poniendo con tal de protegerla. Siempre pensó que esa era su tarea respecto a Adán, que era ella la que tenía que enseñar y proteger al chico indefenso que conoció en su día y que parecía que no conseguía avanzar por mucho entrenamiento que tuviera. Pero cuando le veía pelear en las misiones sabía que realmente era fuerte. Seguramente sea más fuerte que ella. Al menos él no tiene que cargar con un castigo eterno sobre sus hombros. No, eso no es verdad. Siempre tendrá que cargar con ella.

—¿De verdad crees que vas a poder matarme?
—No puedes matar algo que no está vivo.  

Eva nota al demonio nervioso. Lo puede sentir. Está claro que Samael no tiene pensado rendirse a la primera de cambio.

—Creo que me estás tomando muy a la ligera.

Adán sonríe de medio lado y saca una dentellada espada de su espalda.

—Lo mismo digo.

En el mismo instante que saca su arma, Samael da varios pasos hacia atrás. Una extraña sensación le invade todo el cuerpo cuando sus ojos se posan sobre la hoja dentellada de esa espada. Por un momento cree poder escuchar todos los gemidos y aullidos de los demonios que han sido destruidos por culpa de esa espada. Jamás pensó que pudiera llegar a ver un arma que le asustara. Parece que tenga vida propia, y esta noche él es su víctima.

—¿Quieres saber con qué está hecha?

Ahora es Adán el que se está divirtiendo, su rosto lo dice todo. Sus ojos brillan, como un niño pequeño emocionado con un nuevo juguete, y está presumiendo de él. Samael apenas ve a Adán cuando salta hacia él con la espada en ambas manos, dispuesto a atravesarlo. No consigue esquivarlo por completo, pues ve que su mejilla ha empezado a sangrar levemente. Los ojos del demonio se afilan más, así como sus dientes. Ahora una especie de saliva curiosamente viscosa gotea de los colmillos más largos.
Adán mueve su espada con una mano hacia el cuerpo del demonio, quien la detiene con ambas manos. Sus uñas están de un color morado y Adán apostaría lo que fuera a que se acaban de afilar, como sus colmillos. Samael suelta una especie de siseo, como una serpiente enfadada que está a punto de atacar. Adán sonríe de nuevo y se echa hacia atrás. La espada gira en sus manos como si fuera una simple extensión de su propio brazo. Arma y dueño son uno.
La respiración de Samael cada vez parece más pesada y hace un ruido extraño cada vez que expulsa el aire. Ahora, cada vez que parpadea una especie de segundo párpado se mueve en su ojo. Cuando el demonio se quita la capa, la pareja puede ver como sus brazos están totalmente cubiertos por unas escamas de un color amarillento nada agradable. Parecen cambiar de color cada vez que el demonio toma aire. A Eva le da cada vez más asco ese sujeto. El demonio se mantiene en su posición durante un largo tiempo, sopesando la situación y pensando en qué hacer para salir victorioso. Lo que ha estado haciendo durante todo ese tiempo hasta esa noche. Nunca antes le había dado problema Adán, no entiende cómo se los puede dar ahora. Qué ha cambiado. No lo sabe.

—Atacar a Eva no te va a servir de nada.
—¿Cómo puedessss estar tan sssseguro?
—Está totalmente desprotegida, y sus armas no te hacen nada. Sin embargo sigues atacándome a mí —Eva reacciona. Parece que está totalmente fuera de juego, como si no perteneciera a la escena—. No sé por qué, pero no la puedes matar. Ese no es tu cometido —Samael está sorprendido. Nunca pensó que Adán pudiera evolucionar de esa manera. Aunque siente curiosidad por saber cómo sabe todas esas cosas­— ¿Me equivoco?
—Realmente me ssssorprendessss. Ni ssssiquiera Eva ha evolucionado tanto.
—Te puedo asegurar que si ella te pudiera matar, ya lo habría hecho diez veces.

Samael no dice nada, parece contento con el hecho de que Eva no le pueda matar. Desde el momento en el que Adán llegó junto a ellos, el demonio ha tenido una sensación muy extraña respecto al chico. Le falta algo que tiene Eva, y es el miedo que le tiene. Sabe que esa noche no podrá ganar. Se da cuenta que, ha pasado tanto tiempo centrado en Eva, que se había olvidado por completo de Adán, dejando que éste pudiera mejorar. No va a ganar. No esta noche. Decide marcharse, y hace que sus doce alas, casi más negras que la propia oscuridad, se expandan en su espalda. Los muchachos se dan cuenta que las alas no están formados por plumas.

—Essss una pena que la charla deba terminar aquí.
—Ssssupongo que podré arrancarte esassss escamassss otro día —dice Adán en tono burlón, antes de que el demonio salga volando y desaparezca como si nada.

Ese es el Adán que ella conoce. El muchacho guarda su espada en la funda y recoge el cuchillo que había usado para atacar al demonio por la espalda. Todavía está manchado.

—Creo que nunca me acostumbraré a esta cosa —dice limpiando el arma.

Adán hace como si nada hubiera pasado, como si no hubiera tenido que salvar a Eva de su propio demonio. La muchacha está avergonzada, es incapaz de mirarle a la cara. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Gracias y perdón por ser una inútil? Eso podría valer, si al menos fuera capaz de decirlo. Adán le mira con una sonrisa de oreja a oreja, pero la chica está totalmente apagada. Suspira. Sabe que a Eva nunca le ha gustado que la salven, no le gusta deber favores a la gente. Pero él no es gente. Se adelante hacia ella y la abraza con fuerza, pillándola totalmente desprevenida.

—Me da igual que no me digas nada. Con que estés a salvo me basta.

Después de esas palabras, Eva le devuelve el abrazo con fuerza, y esa es toda la respuesta que el muchacho necesita.
Los dos saben que esto no ha terminado ahí. Samael volverá para cumplir lo de siempre. Porque ella es Eva, y siempre lo será.
Pero ya no está sola. Nunca más lo estará.  


2 comentarios:

  1. OH
    DIOS
    MIO


    Qué pedazo de relato, creo que me he enamorado total y absolutamente.
    Es brillante, de veras.
    Los personajes muy bien escogidos, una historia con historia y una maravilla de redacción.
    Enhorabuena.

    Besos grises

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  2. Ya, ya te lei.
    Ayer tuve que dejarte a medias y me sentí mal, y ahora vas tu y me dejas así. En fin...
    La verdad es que me ha gustado y suerte que no lo pusiste en partes, porque es largo pero no engancharía lo mismo a partes, creo yo. Me ha gustado mucho y la verdad es que me ha hecho gracia lo de Eva y Samael y el que la pobre no pudiera ni salvarse a sí misma pues... pobre. Aunque no sé, podrías haber definido un poco más la relación de Adán y Eva, habría sido curioso.
    ¿Vas a escribir más? Espero que sí porque me has dejado muy a medias jaja. Ya te acosaré via Twitter :)
    Un besín.

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