La oscuridad se cernía ante ella
como un enorme velo negro alrededor de sus ojos. Ni la más mínima luz era capaz
de penetrar aquella negrura tan profunda, ni la estrella más potente era capaz
de ser visualizada por sus ojos. Ella sentía que estaban allí, esperando a ser
observadas pero no conseguía verlas. Entrecerraba los ojos, en busca de enfocar
algo que realmente nunca podría ver. La vida crecía a su alrededor y sin
embargo no era posible disfrutar de su belleza. Escuchaba como el viento agitaba
a los árboles y sus hojas chocaban entre sí, produciendo uno de los mejores
sonidos que podía haber. La salinidad del ambiente entraba por su respingona
nariz y le hacía pensar en eso que llamaban mar. Cuando se acercaba, podía
escuchar el canto de las olas chocar pero si se acercaba todavía más, entre los
dedos de sus pies se colaban diminutos y centenares de gránulos arenosos,
haciéndole cosquillas. Agujereaba la arena, enterrando por completo sus pies y
moviendo sus dedos en el fondo. Caminaba más, y asustaba por la impresión, se
daba cuenta que esas sonoras olas estaban empapando sus pies. A veces el agua
estaba fría, otras más caliente, pero a ella le gustaba de cualquier modo. Le
gustaba sentarse para seguir escuchando esa banda sonora de la naturaleza. Se
unían las voces de las gaviotas en busca de algo de comida por la playa. En
algunas estaciones disfrutaba de las risas de los niños pequeños que corrían
por la playa y huían de la costa para que el agua no los mojara. Si te mojaba
perdías.
Mientras sus papilas gustativas
se deleitaban con una orquesta de sabores dulces se detenía para prestar
atención a las bicicletas que corrían y hacían sonar sus timbres. El sonido
metalizado le traía gratos recuerdos de cuando era pequeña y subía a los enormes
columpios del parque. En verano era feliz, se le veía alegre. La gente iba y
venía por las calles. Los ruidos de los cubos de playa y las palas de los niños
resonaban en los bolsos de los padres acompañado del golpeteo de las chanclas
que todo el mundo quería llevar en verano. Sin embargo cuando el invierno
llegaba todos esos hermosos sonidos desaparecían. Las olas eran las únicas que
se quedaban con ella y la despertaban cada fría mañana con su potente rugir. En
invierno el mar parecía estar furioso por algo, seguramente porque nadie lo
quería, estaba demasiado frio. Parecía que el mar también podía estar triste.
Aquella mañana, todos esos
sonidos se habían agolpado en sus oídos. Con los ojos todavía cerrados pero
atenta a todos y cada uno de los sonidos provenientes del exterior, deseó con
todas sus fuerzas que la luz fuera entrando poco a poco en sus ojos, deslumbrándola
como había hecho durante un tiempo. Los abrió al completo y la oscuridad seguía
estando ante ella, nublando a sus ojos y privándolos de lo que los demás
sentidos estaban disfrutando.
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Queridos mios, os dejó un pequeño relato algo diferente
antes de terminar definitivamente el Boulevard.
Espero no tardar mucho, disfrutad :)
Ohhhhh que triste D:
ResponderEliminarLa verdad es que antes de llegar al final ya me imaginé que la protagonista era ciega xDD
Ay, pero ha sido bonito, aunque me ha dado pena la chica D:
Besos gigantes, María <3