“Nunca temas a las sombras. Sólo constituyen el indicio de que en algún lugar cercano hay una luz resplandeciente.”
Ruth Renkel
El temporal de los días habían empeorado en apenas uno meses. Los cielos se habían ennegrecido, los truenos hacían vibrar el asfalto de las calles vacías. Nadie se atrevía a salir a la calle porque nadie entendía que estaba sucediendo. Siempre había días lluviosos en los que los rayos del sol no alumbraban ni un rincón, pero esos dias estaba siendo muy diferentes. El aire era pesado y húmedo. Sin embargo no había llovido ni un solo día en ese mes. El ambiente apestaba a hierba mojada, el frío se colaba en los huesos de la gente y el viento de algunos días había arrancado tejados y árboles. Era curioso que los Caelestes, esa raza tan avanzada, tuviera miedo de un temporal cuando podrían ser ellos los causantes. Sin embargo no era así, nadie había hecho que tronara como lo hacía el cielo, ni que las nubes se prepararan para el aguacero del siglo, ni que el viento fuera capaz de matar. Ellos cuatro tampoco tenían la culpa, hacía mucho tiempo que no tenían la culpa de nada. Desde la noticia se habían separado, mucho antes de ese temporal tan desagradable. No querían verse las caras a menos que fuera cuestión de vida. Por eso al final de ese mes se las tendrían que ver a la fuerza. Se habían alejado entre ellos todo lo posible. Uno de ellos se había ido de la ciudad, otro había decidido hacer un largo viaje en busca de respuestas, los otros dos se habían quedado, pero si se veían por la ciudad no se conocían. Desgraciadamente el día se acercaba con más velocidad que nunca, parecía que alguien hubiera acelerado el tiempo. ¿Acaso querían morir? Nadie sabía lo que se les venía encima a pesar del miedo que había entre las gentes de la ciudad. Sabían que eso no era normal, nunca habían visto nada parecido.
- ¿No hay otra opción? - preguntaba en su día una
muchacha furiosa y de brazos cruzados, todavía sin poder creer lo que el
destino le había preparado.
- Si. Morir. - le respondía con una sonrisa
irónica un muchacho alto y lleno de músculos. A veces los odiaba, ¿cómo podían
ser tan estúpidos? Menudo pregunta. La chica lo miró con rencor.
El golpe de una rama contra su ventana la agitó, sacándola de sus
pensamientos. Un escalofrió había recorrido su cuerpo y el bello de sus brazos
se erizaba a tal velocidad que era como si le hubiera colocado cubitos por la
espalda. Dio una profunda calada al cigarro que sostenía entre sus dedos
temblorosos. El humo chocó contra la ventana lentamente mientras salía de las
fosas nasales de la chica. Abrió sus dedos ligeramente y dejó que el cigarro
cayera al suelo para más tarde aplastarlo. Se dio la vuelta y empezó a
vestirse, sin darle importancia a los ojos que no paraban de mirarla. Se sentó
en la cama para terminar de atarse las botas cuando notó unas manos en su
espalda. Se levantó corriendo, sin mirar a su acompañante nocturno y terminó de
prepararse. Cogió sus cosas y se dispuso a salir del que había sido su único
hogar.
- ¿Dónde vas? - preguntó una voz masculina,
haciendo que la chica le mirara de una vez antes de salir. La joven lo pensó
unos segundos antes de responder.
- A salvarte el culo - cerró la puerta sin
contemplaciones y se marchó a paso rápido, dejando al chico tan confuso que
todavía creía estar soñando. Aquella no era la joven con la que se había
acostado.
Cuando salió a la calle dirigió la mirada al cielo, llena de
temor. Y pensar que aquello no lo había hecho ella. La de veces que se había
imaginado inundando aquella horrenda ciudad. Se colocó la gran capucha de su
abrigo sobre la cabeza y comenzó su camino. No había hablado con sus compañeros sobre
el lugar de reencuentro porque no hacía falta. Todos sabían donde debían ir. Le
gustaba cuando la ciudad estaba tranquila, vacía, sin los gritos de la gente ni
los malditos niños corriendo por las calles, molestando a los mayores. Sin
embargo aquella tarde no le gustaba esa tranquilidad, se estaba poniendo
nerviosa. Ella nunca se ponía nerviosa, era un estado innecesario e inútil. Una
fuerte ráfaga de viento le hizo girar la cabeza para que la tierra no le
entrara en los ojos. Continuó su camino con la cabeza agachada. El viento
estaba empezando a coger más fuerza y cuando entraba en algunos callejones era
tal su fuerza que notaba como sus pies iban hacia atrás. Se paró en una zona
cubierta para poder ver su camino. El viento estaba levantando la tierra y en
algunas zonas la visibilidad era imposible.
- No te atrevas a tocarme. - dijo sin más.
Durante unos segundos parecía estar completamente sola hasta que por fin un
muchacho de largos cabellos rojizos hizo aparición de la zona trasera de ese
mismo lugar. Casi había escupido las palabras.
- Mujer, si hoy nuestro última día. No seas arisca. -
dijo el muchacho, riéndose del mal genio de su compañera. No había cosa que más
le gustase que enfadar a la chica.
Y en el preciso momento en el que la muchacha había preparado un
par de palabras mal sonantes para soltárselas en la cara, el cielo rugió con
fuerza y la lluvia empezó a caer con fuerza, convirtiéndose en apenas unos
segundos en granizo. El pelirrojo miró a su amiga, creyendo que ella era la
causante, pues más de una vez había habido problema climáticos por el mal genio
de la chica. Pero por la mirada que la chica le había lanzado comprendió que
ella no tenía nada que ver. Era absurdo quedarse allí parados cuando la
muchacha era la mejor de las aquas. Cogió al muchacho de la muñeca, notando un
calor que casi le quemaba y lo acercó a su espalda. Entonces el chico aprovechó
el momento y le sopló en la oreja, haciendo que la chica sintiera
un escalofrío en el estómago. No esperó dos segundo y la joven le
clavó un codazo a su acompañante, escuchando su quejido.
Caminaron con paso rápido por las calles inundadas y destrozadas
por la fuerza del granizo, que crecía por momentos. La joven creó una especie
de capa sobre ellos para que el granizo no les golpeara, pues si era así
podrían recibir duros golpes. Por su parte el muchacho se encargó de que las
bolas de agua se derritieran en cuanto se acercasen a ellos, haciendo que se
evaporasen. Por fin el granizo desapareció, pero la lluvia empezó a ser tan
espesa que era como tener capas y capas de niebla delante de los ojos. Y tras
unos minutos caminando bajo la densa lluvia y sin apenas visibilidad, la joven
empezó a frenar su paso. El chico no quiso preguntar nada ni obligarla a seguir
andando, pues estaban en su elemento y él no tenia nada que decir. Poco a poco
fue soltando la mano del chico y caminó unos pasos hacia delante. La chica se
quedó observando el cielo, el ambiente que los rodeaba. La lluvia había
desaparecido rápidamente pero la Aqua notaba algo en el lugar. El ambiente
estaba cargado, lo notaba en la piel. Entonces el joven vio como su compañera
empezaba a dar pasos hacia su posición pasada. Le volvió a coger la muñeca pero
esta vez estiró de él con todas sus fuerzas y lo obligó a correr por el suelo
embarrado y encharcado. El chico no entendía nada, pero cuando quiso preguntar
se dio cuenta que apenas podía respirar, el corazón le latía con todas sus
fuerzas y las piernas le quemaban del esfuerzo que hacía para no quedarse
frenado en el barro.
- ¡Cuidado! - gritó una voz alejada de ellos.
Ambos giraron la cabeza hacia el sonido cuando justo en ese momento un rayo
caía en una casa cercana, haciendo que esta explotara en llamas, haciendo que
ambos muchachos cayeran al suelo sucio. - ¡Rápido! - volvieron a escuchar.
Corrieron hacia el lugar del que provenía la voz, encontrándose
con el muchacho que controlaba el elemento que había estado a punto de
matarlos. Corrieron sin mirar atrás, siguiendo las instrucciones del moreno
para esquivar los rayos que caían a apenas unos metros de sus cuerpos. El
Elektro les pidió en un momento que esperaran, pues debía asegurarles el
camino. Los chicos aprovecharon para coger aire y limpiarse los rostros, pues
las caídas en el barro les había ensuciado demasiado. La chica asomó un
poco la cabeza, pero no pudo ver a su compañero. Volvió a esconderse e imitando
al pelirrojo se sentó en el suelo. Lo miró, observando en su rostro una sonrisa
de diversión. Ella rodó los ojos y dejó de mirarlo, solo quería concentrarse en
recuperar el aliento y el agua que había perdido por culpa del sudor. Solo de
pensar que aquellos rayos era lo más flojo que les esperaba le empezaban a
temblar las manos.
- ¿No
tarda mucho Zack? - se
atrevió a preguntar la chica, asomando la cabeza de nuevo.
- Prefiero tu
compañía a la suya. - dejó
caer el pelirrojo, pero la joven prefirió hacer caso omiso a ese comentario,
pues no tenía ninguna intención de hacerse amiga del chico justo en ese
momento. - ¿Tienes miedo? - abrió la boca de nuevo, haciendo que
la chica lo mirara por fin con esos ojos azules celeste. Ojos que quitaban el
hipo a cualquiera.
- ¿Qué? - preguntó, habiendo escuchado a la
perfección lo que había dicho Alexander. - Claro
que no, ¿qué clase de pregunta es esa?, ¿acaso tú tienes miedo? - parecía casi ofendida por la
pregunta del chico. Ella nunca había sentido, en toda su vida. Y si lo había
sentido se había prohibido pensar en ello.
- Si - dijo el chico serio, sin dejar de
mirarla a los ojos, apenas parpadeando. La chica lo miró sorprendida. Esa era
la última respuesta que esperaba, sobre todo viniendo de él. Tragó saliva y
apartó la mirada. Aquella respuesta le hizo sentirse como una falsa, una
mentirosa, una cobarde que no era capaz de aceptar que tenía miedo, aunque solo
fuera un poco. - La gente
inteligente y sensata tiene miedo. Por eso sé que tienes miedo. - la chica se quedó mirando fijamente
los ojos del pelirrojo, como hipnotizada. Se miraron durante unos segundos
eternos en los que ella no sabía exactamente que había ocurrido dentro de ella.
Se levantó de golpe, mirando por el lugar que Zack había
desaparecido. Segundos después una sombra empezó a formarse en la lejanía y
cuando pudo comprobar que era su compañero vio como éste le hacía gestos con
los brazos para que se dirigieran hacia su lugar. La sombra volvió a
desaparecer, así que la chica dio por entendido que no habría peligro con los
rayos, de hecho parecía que el cielo se había calmado, pues hacía bastante
tiempo que no escuchaban truenos ni veían rayos. Se giró rápidamente para
avisar al pelirrojo de que debían seguir su camino y volvió a mirar, esperando
volver a ver la sombra, pero nada. Fue entonces, cuando al girarse para decirle
al chico que debían seguir el camino, el joven apresó su rostro en unas manos
cálidas. No dejó tiempo de reacción a la chica, pues en seguida acercó sus
rostros y juntó sus labios en un beso tan cálido que casi quemaba, pero no a
ella. Dejó que sus ojos se fueran cerrando lentamente mientras sentía los
labios del chico fundirse con los suyos. Era la primera vez que alguien la
besaba como lo estaba haciendo él, y le gustaba. Sus pies empezaron a bajarse,
pues la altura de la chica era bastante baja en comparación con la del chico, llegándole
a sacar un par de cabezas. Cuando tuvo los pies en la tierra abrió los ojos y
vio como el chico la estaba mirando con esa sonrisa de diversión que siempre
llevaba por delante.
-¡Eh, tortolitos! -
dijo una voz detrás de ellos, haciendo que la chica se sobre saltara y se
limpiara la boca sin quererlo. - ¡Vamos,
joder, que no tenemos todo el día! -apresuró
el chico con mal humor
Con rapidez el trio salió de su pequeño escondite y siguieron casi
corriendo al moreno. De repente, la chica detuvo sus pisadas, haciendo que su
amigo chocara contra ella. Se quedó mirándola y para descubrir que sucedía se
giró, pero no vio nada durante unos momentos. Entonces la tierra explotó, el
cielo se llenó de cenizas y el aire se volvió pesado y casi imposible de usar
para respirar. Como si el suelo mismo que tocaban fuera un volcán, el magma empezó
a salir a borbotones de los agujeros que se habían formado. El suelo que
pisaban temblaba, se abría en grietas y entonces volvía a explotar, repitiendo
la salida del material ardiendo. Empezaron a correr como nunca antes lo habían
hecho, como si la vida les fuera en ello, pues en parte era así. Tropezaban,
esquivaban y sentían como las cenizas caían sobre sus cabezas y les quemaban la
ropa. Zack había desaparecido, pues el apenas necesitaba correr si usaba la
velocidad del rayo. La joven sentía que las piernas le fallarían en cualquier
momento y que no podría cumplir con su cometido. De cualquier modo iba a morir
y eso lo tenía asumida, o eso creía ella. Una mano grande y casi tan caliente
como la ceniza que le quemaba el pelo apresó una de sus muñecas y le hizo
correr hasta sentir como los pies le podrían estar sangrando. Miraba atrás, una
y otra vez, observando como las explosiones se les acercaban cada vez más y sus
piernas no daban abasto. Se dio cuenta de que lo que estaban haciendo era lo
más absurdo que habían hecho hasta el momento. Se soltó de golpe del agarre de
su amigo y concentrando toda sus fuerzas en sus manos el agua empezó a salir de
ellas con presión hacia el magma. Con todo su control, hizo que el agua se
enfriara lo máximo, haciendo que el líquido se fundiera con las llamas y se
solidificara a una velocidad pasmosa. Si ni si quiera podrían controlar sus
elementos no sabía como iban a salvar al mundo. Su compañero la observó, sin
hacer nada. Nadie podía conocer el fuego mejor que él, así que de nuevo la
agarró, pero esa vez colocándola sobre su hombro y corriendo. Poco después el
magma volvía a salir y el suelo explotaba en la zona que su amiga había estado.
-No puedo creer que no
puedas controlar ni tu propio elemento – le gritó la chica cuando consiguió
bajarse de su hombro tras cientos de patadas y habían llegado al lugar de
quedada.
-De nada por salvarte –
le soltó con un tono ácido. Nadie le decía si sabía o no mover su poder, o si
conocía o no su elemento. Elena no tenía ni idea.
-No necesito tu ayuda para
huir de un poco de lava.
-Pues entonces vuelve
de donde te he sacado y prueba tú a controlar el fuego. – Alexander se giró enfadado con la chica y señaló con el dedo un
lugar a la lejanía. Inconscientemente, la chica miró y vio como todo estaba
desapareciendo y lo único que quedaba eran llamas. Ni ella se veía con fuerzas
para apagar aquella cosa tan colosal. El lugar no era nada más que fuego y
magma.
Por suerte en aquel lugar estaba a salvo, siempre lo estaba. Se
adentraron en la pequeña montaña, la única que quedaba viva, y se dirigieron hacia donde debían de estar sus dos
compañeros. Elea ni miró de refilón al pelirrojo. Siempre lo había odiado y siempre lo odiaría. Odiaba a todos ellos, a
los tres. Ni uno se salvaba. Creían que era una niñata estúpida que no sabía
ocuparse de sí misma. No entendían como ella era la elegida para el elemento
aqua. Lo que ella no entendía era como el mundo podía ser tan cruel en algunas
ocasiones y haber dejado que el destino la uniera con aquellos tres grandísimos
imbéciles que lo único que hacían era alardear de su poder. Ella no había
pedido aquello, de hecho más de una vez había deseado con todas sus fuerzas ser
como esos humanos que vivían sin esos malditos poderes de los que supuestamente
debían sentirse orgullosos. Aunque no eran bien tratados por los de su raza
desearía no tener su poder y no tener que morir porque a la cosa esa que estaba
destruyendo el mundo le diera la gana. Pero tuvo que dejar sus divagaciones de
lado cuando llegaron al final de la montaña y se reunieron con Zack y Aaron, el
otro elemento, Ventus. Aaron era el listillo de turno, el más inteligente de
los tres, el que lo había ideado todo y lo había descubierto todo. Lo odiaba
con todas sus ganas, puede que al que más. Más de una vez le había propinado un
fuerte bofetón por sus malos modales acompañado con algunas palabras como capullo o cretino. Miró con asco a los tres chicos juntos. Parecía que su
deseo de que se murieran se iba a hacer tan realidad que hasta ella se iba con
ellos. Solo quería que aquello se terminase cuanto antes.
-¿Y cómo sabes que va a
funcionar?, ¿y si morimos por nada? – Aaron rodó los ojos y resopló ante la
incompetencia de su compañera.
-Si morimos lo hemos hecho
bien, si no, alguien ha hecho algo mal – aquello era una indirecta muy
clara hacia Elena, cosa que entendió y estuvo a punto de escupirle en la cara por
estúpido. – Vamos.
Siguieron al Ventus hacia la zona más alta que había en la
montaña. Elena iba por detrás de ellos, parándose en algunas zonas en las que
se veían mejor los destrozos de aquella locura. Nunca hubiera pensando que
fuera a sentir pena por ver como la ciudad era destruida. Por un momento esperó
que todo el mundo hubiera buscado lugares para resguardarse. Aunque que más
daba ya. Estarían todos muertos a menos que pararan aquello a tiempo. Terminó
el pequeño trayecto que le quedaba y se unió a sus compañeros, aunque según
parecía no estaban solos. El nuevo visitante se giró cuando escuchó los pasos
de la chica y la saludó con una sonrisa. Elena le quitó la mirada en cuanto
pudo. Él era el culpable. Él era quien había decido su destino y quien había
marcado el día de su muerte. No, a él le odiaba más. Formaron un círculo y
Aaron volvió a explicar lo que debían de hacer en cuanto vieran la marca del
miasma. Elena ya no prestaba atención. Contaban con ella porque así debía ser,
pero si por ellos fuera la tirarían por el barranco que bajo sus pies se
encontraba. A pesar de que todo lo que conocían estaba siendo destruido, el
invitado estelar no daba acto de presencia, y Elena se desesperaba. Quería morirse
ya. Dejó que los chicos jugaran a hacerse los mayores y se alejó hacia un borde
de la montaña. El lugar estaba protegido, por lo que ni el viento corría en la
montaña. Miró lo poco que quedaba en pie de lugar y no pudo controlar la
lágrima que se atrevió a correr por su mejilla. Se la quitó corriendo, nadie
podía verla así, ni si quiera ella misma.
Un trueno ensordecedor hizo que la joven se girara casi asustada.
Notaron como la montaña tembló, casi parecía un volcán a punto de estallar.
Elena se abrazó y frotó los brazos. No tenía frio, pero un fuerte escalofrío le
recorrió el cuerpo, la hora estaba cerca. Miró a los chicos, que como ella
habían dirigido su vista hacia el cielo, impresionados por el sonido. Aaron le
hizo un gesto con la cabeza y se volvió a acercar hacia los muchachos. Hablaban
entre ellos, con el otro muchacho, Elena no oía nada. Sus oídos preferían no
escuchar. El cielo se ennegrecía por segundos. Lo del cielo no parecían nubes,
simplemente estaba negro. Elena sentía como si de un momento a otro el cielo se
fuera a romper en cientos de pedazos, como un cristal gigantes, y fueran a caer
sobre ellos, matándolos. Entre los cuatro hicieron un círculo, con el otro
joven en el centro. Sin apenas concentrarse, sus manos empezaron a brillar,
cada una con colores diferentes según la persona. Parecían estar en llamar,
pero lo único que emanaban era la esencia de su poder. Entonces se cogieron de
las mano y lo que parecían llamas crecieron hasta el cielo y se transformaron en
un blanco brillante, casi parecía como si sus cuerpos tuvieran luz propia.
Concentrados en el momento, comenzaron a pronunciar las palabras que Aaron les
había enseñado en voz baja, y esas esencias de poder empezaron a aparecer por
todo sus cuerpos. Los chicos parecían bolas de energía con forma humana. No
sentían nada. No sentían frio, ni calor, y por un momento el miedo que el
momento les había proporcionado desapareció con esas palabras. Sin embargo,
cuando dejaron de pronunciarlas fue como si hubieran vuelto de un sueño y todos
los temores hubieran vuelto a sus cabezas.
Entonces
se pudieron divisar las nubes, que empezaron a moverse rápidamente por el
cielo, negras como el carbón. Iban formando pequeños remolinos, por todas
partes. Poco a poco iban creciendo, cada vez más hasta el punto de ir formando
decenas de tornados. Empezaron a girar, tocando suelo firme y arrancando todo
lo que se encontraban a su paso, si es que quedaba algo. Pero los Elementos
estaban a punto de presenciar algo que nunca había sido visto. Se olvidaron de
lo que estaban haciendo, se olvidaron de donde estaban y se quedaron mirando,
atónitos, la escena. Todos los tornados que se habían formado a su alrededor
empezaron a moverse hasta que todos se hubieron unido hasta formar uno. A pesar
de estar a kilómetros de distancia los chicos sentían como si lo tuvieran justo
delante. El único tornado que quedó en pie empezó a expandirse hacia los lados,
como si algo lo estuviera estirando. Creció y creció hasta formar una especie
de pared, echa de las nubes negras y que destruía todo lo que se interponía en
su camino. Poco a poco el muro fue cogiendo forma y Elena tuvo la impresión de
tener una ola gigante ante sus ojos. Sentía que de un momento a otro caería al
suelo de los temblores que estaba sintiendo por las piernas. Miró de reojo a
sus compañeros. Parecían tan tranquilos. Como si estuvieran deseando que el
miasma se acercara a ellos para derrotarla de una vez. Cuando volvió el muro
parecía moverse igual que una ola, girando en el suelo y creciendo mucho más,
en dirección al cielo. Parecían estar unidos, como si el muro necesitara
agarrarse del cielo. El muro crecía cada vez más hacia los lados hasta tal
punto que los ojos ya no eran capaces de ver más allá.
El cielo
negro, el muro negro y nada con lo que protegerse o donde resguardarse. Elena tenía
la sensación que la iban a enjaular en una caja negra, sin salida, sin
ventanas. Quería salir de allí corriendo y dejar que los demás hicieran el
trabajo sucio, seguramente serían capaces. Pero por cosas que desconocía, sin
ella sería imposible, si faltaba alguno de ellos, morirían y no podrían hacer
absolutamente nada por el mundo que los rodeaba. El gran muro se acercaba, tan
grande era su tamaño que la joven creía tenerlo delante, pero no era así. De un
momento a otro los iba a engullir y todo se acabaría. No volvería a abrir los
ojos, estaba muerta. En ese momento se percató que el pelo le ondeaba y sentía
el aire correr por su rostro, imaginó que Aaron habría quitado esa cosa que
convertía a la montaña en una burbuja. Cuando quiso darse cuenta tenían el muro
delante, a punto de engullirlos y hacerlos desaparecer. Los muchachos se
agarraron con fuerza de las manos y siguieron dictando las palabras que anteriormente
habían usado. Todos habían cerrado los ojos, lo mejor era no ver. Pero Elena no
se pudo resistir, entre abrió levemente uno de sus ojos y ante ella se encontró
una nube gigante, negra y que brillaba por dentro, como si estuviera formada de
rayos. Cerró los ojos con fuerza y la nube los engulló.
Elena imaginó
que podría salir volando, o que notaría como el aire la golpeaba y la nube
acariciaba su piel, dejándola mojada. Pensaba que tendría que agarrarse con
fuerza de la mano de los chicos y que tendrían que usar la poca fuerza que les
quedaba para no salir disparados por los aires. Elena seguía con los ojos
cerrados, con todas sus fuerzas, y no notó nada de eso. Apenas notaba una leve
brisa que movía su cabello. Sentía como si estuviera flotando, como si la gravedad
hubiera desaparecido de repente. ¿Estaban dentro del miasma? No estaba segura,
estaba sintiendo cosas muy raras. Nunca hubiera pensado que pudiera sentirse
así. Estaba relajada, no tenía miedo, pero no se atrevía a abrir los ojos.
Sentía como si estuviera en un lugar seguro donde el miasma no era capaz de
tragárselos. Todavía estaba agarrada a los dos chicos y sus labios no dejaban
de moverse y pronunciar las palabras necesarias para hacer lo que debían.
Cuando el
muro de nubes negras los hubo tragado, por un momento en la tierra hubo
tranquilidad. Ni un susurro, solo el sonido del viento producido por aquello y
los rayos que se formaban en su interior. Parecía tener hambre. La montaña
desapareció, y con ella los cinco jóvenes. Pasaron unos segundos que parecieron
eternos, hasta que un haz de luz brillante salió de la oscura nube y tocó el
cielo, iluminándolo y borrando las nubes que había en él. Empezó a divisarse el
azul claro y las nubes que había eran blancas y desprendían una luz cálida y
agradable. El haz fue creciendo hasta dividirse en cuatro. Cada uno provenía de
un punto de la montaba. Cada uno de los haces era uno de los muchachos, y poco
a poco iban dejando el blanco para tomar algo de color. Parecía verse un rojo,
un azul, un amarillo y un verde, pero eran casi imperceptibles. Esos rayos
empezaron a moverse. Se juntaron en el centro y el chico notó como su cuerpo
cálido. El miasma se había detenido, parecía que hubieran parado el tiempo. Las
nubes giraban lentamente alrededor de esas luces, parecían hipnotizadas.
Como si sus
mentes hubieran estado sincronizadas o se hubieran leído el pensamiento, los
cuatro jóvenes abrieron los ojos y dirigieron su mirada hacia el chico del
centro. Sus labios seguían moviéndose. Las palabras no eran las mismas, de
hecho cada uno decía una cosa diferente. Hablaban sin pensarlo, simplemente les
salían. Se soltaron de las manos con cuidado, despacio, pero nada ocurrió. La
luz del centro tomó más fuerza y brillo, haciendo que costara ver al joven de
su interior. De los cuatro seguían emanando esas luces con algo de color,
parecían estrellas con luz propia. Elevaron sus manos, colocaron la palma de la
mano izquierda sobre el dorso de la derecha y pusieron los brazos en
horizontal, apuntando todos hacia el centro.
Las nubes
que giraban en torno a la montaña fueron cobrando velocidad, cada vez más,
hasta volver a formar una especie de tornado. Sin embargo, el aire no se movía,
lo único que seguía siendo igual era el sonido de los rayos en su interior. Aumentó
la velocidad y el haz de luz blanca creció hasta ocupar la base de la montaña
por completo. Las nubes negras se alejaban y acercaban de la luz, hasta que la
potencia del haz hizo que el miasma fuera introduciéndose en su interior,
haciendo que desapareciera por completo en el exterior. Poco a poco el gran
muro negro fue desapareciendo y era como si nunca hubiera pasado nada. Las
llamas desaparecieron, el agua de las inundaciones se evaporó de una manera
pasmosa, el viento aminoró y el sonido de los rayos fue disminuyendo hasta
desaparecer. Sin embargo, todo ello estaba dentro de la luz blanca. En el
centro estaba el joven, Syndus, y el miasma desapareció en él.
Los
cuatro chicos observaron absortos los acontecimientos sin dejar sus palabras de
lado. Las nubes estaban entrando en la nube, pero se dirigían hacia Syndus, no
hacía ellos. Como Aaron había dicho. Sin saber por qué, sus ojos empezaron a
cerrarse de nuevo y sus bocas dejaron de producir sonidos. Cuando el miasma
llegó al cuerpo del joven este desapareció del lugar, acompañado de un fuerte y
último rayo. Los cuatro chicos sintieron como la temperatura de sus cuerpos se
elevaba, pero no era molesto. Tenían los ojos cerrados y notaban como se iban
quedando dormidos. La luz que los cuatro
emanaban se volvió intensa, tanto que podían ver su brillo a pesar de tener los
ojos cerrados. Pero ya no sentían nada, querían abrir los ojos, pero no podían.
Intentaban pensar que había sucedido, donde estaban, pero no podían. Sus mentes
se habían vaciado y sus cuerpos habían desaparecido, como si nunca hubieran
existido. Las luces desaparecieron en el cielo y la montaña se quedó vacía. El
lugar estaba tranquilo, los árboles estaba donde siempre, el río seguía su
cauce y el cielo estaba limpio de nubes. A la lejanía, la ciudad de Caeleste
seguía en pie. Sus habitantes habían salido de sus casas. ¿Había terminado
todo? No estaba seguro, lo único importante era que estaban vivos y eso era lo
único que habían pedido a los dioses. Todos sabían lo que había pasado, algunos
sentían que por un momento habían estado muertos, pero estaban allí, de pie,
observando a su alrededor y viendo a los demás. No entendían que había
sucedido. Que más daba. Miraron al cielo, brillaba. No había nubes, solo un
poderoso sol en lo más alto. Allí no había pasado nada, porque estaban vivos. Sin embargo
sentía que habían sido salvados, por algo o alguien. Sentían que debían de
agradecérselo a alguien. Puede que a un dios. O puede que varios.
"La esperanza es una cosa buena, quizá la mejor de todas, y las cosas buenas nunca mueren."
Stephen King
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Muchas gracias a todos los que habeis seguido el proyecto hasta el final. Siento mucho la tardanza y siento mucho que el texto sea tan largo, pero tenía que ser así. Quería que fuera así. Como sabéis, la canción undécima consistía en dedicársela a alguien. Pero yo voy a ir en contra de mis propias normas porque no podía dedicársela a una única persona. Si elegí este tipo de relato, con estos personajes, era porque quería dedicar este relato a varias personas, personas que tienen que ver con los personajes o con "su mundo", que es un foro. Aunque algunas personas no tienen nada que ver con estos personajes, son muy importantes para mí y me gustaría dedicárselo. Casi podría decir que este relato es para todo el foro de Caeleste Reformatory. Ha sido un sitio muy importante para mí, y lamento mucho el haberme ido debido a la universidad, pero tenía que hacerlo. Bueno, estas personas ya lo saben, pero quiero nombrarlas: Andrea A, Andrea B, Yeray, María C. Fátima, mi querida Cristina y Laura. Podría seguir diciendo nombres hasta pasar la longitud del relato, pero estas personas son muy importantes para mí y el haberlas conocido es una de las mejores cosas que me ha podido pasar. Sobre todo me apoyan con el tema de la escritura y sin ellos no tendría ánimos para escribir. Espero que lo disfrutéis. Gracias.
Ay, mi Elena D:
ResponderEliminarPobrecicos tos, pero han muerto por una buena causa... ¡Ha estado genial y jasdhfñakjsdhflkjasd!
GFHDTHGSHGRYDJHDRJJJHSGTYJSDYHTYJSTYRDJHYHDRJHYJDFH ME VA A DAR ALGO D: HA SIDO... HA SIDO.... AY VFGBHGFVDNNHGF Y han muerto D: Pero lo han hecho por salvar al mundo entero... Su muerte ha sido por una buena causa, sep.
ResponderEliminarJó, me ha encantado :33 Y además, la canción ha sido fghtfggdhghb Pega un montón y además me encantan estas bandas sonoras xDD
Gracias por escribir cosas así, ahora estoy emocionado LOL
BESOS GIGANTES <33
ERES INCREIBLE! Es una pena no poder entenderlo al detalle pero me ha motivado muchísimo. Espero que a los protagonistas les haya gustado, y perdón por no haberlo leído antes, tengo el blog demasiado abandonado... BESOS !
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