20.9.12

Canción undécima (Final)

Nunca temas a las sombras. Sólo constituyen el indicio de que en algún lugar cercano hay una luz resplandeciente.”  
Ruth Renkel

El temporal de los días habían empeorado en apenas uno meses. Los cielos se habían ennegrecido, los truenos hacían vibrar el asfalto de las calles vacías. Nadie se atrevía a salir a la calle porque nadie entendía que estaba sucediendo. Siempre había días lluviosos en los que los rayos del sol no alumbraban ni un rincón, pero esos dias estaba siendo muy diferentes. El aire era pesado y húmedo. Sin embargo no había llovido ni un solo día en ese mes. El ambiente apestaba a hierba mojada, el frío se colaba en los huesos de la gente y el viento de algunos días había arrancado tejados y árboles. Era curioso que los Caelestes, esa raza tan avanzada, tuviera miedo de un temporal cuando podrían ser ellos los causantes. Sin embargo no era así, nadie había hecho que tronara como lo hacía el cielo, ni que las nubes se prepararan para el aguacero del siglo, ni que el viento fuera capaz de matar. Ellos cuatro tampoco tenían la culpa, hacía mucho tiempo que no tenían la culpa de nada. Desde la noticia se habían separado, mucho antes de ese temporal tan desagradable. No querían verse las caras a menos que fuera cuestión de vida. Por eso al final de ese mes se las tendrían que ver a la fuerza. Se habían alejado entre ellos todo lo posible. Uno de ellos se había ido de la ciudad, otro había decidido hacer un largo viaje en busca de respuestas, los otros dos se habían quedado, pero si se veían por la ciudad no se conocían. Desgraciadamente el día se acercaba con más velocidad que nunca, parecía que alguien hubiera acelerado el tiempo. ¿Acaso querían morir? Nadie sabía lo que se les venía encima a pesar del miedo que había entre las gentes de la ciudad. Sabían que eso no era normal, nunca habían visto nada parecido. 

¿No hay otra opción? - preguntaba en su día una muchacha furiosa y de brazos cruzados, todavía sin poder creer lo que el destino le había preparado. 
 - Si. Morir. - le respondía con una sonrisa irónica un muchacho alto y lleno de músculos. A veces los odiaba, ¿cómo podían ser tan estúpidos? Menudo pregunta. La chica lo miró con rencor.
          
El golpe de una rama contra su ventana la agitó, sacándola de sus pensamientos. Un escalofrió había recorrido su cuerpo y el bello de sus brazos se erizaba a tal velocidad que era como si le hubiera colocado cubitos por la espalda. Dio una profunda calada al cigarro que sostenía entre sus dedos temblorosos. El humo chocó contra la ventana lentamente mientras salía de las fosas nasales de la chica. Abrió sus dedos ligeramente y dejó que el cigarro cayera al suelo para más tarde aplastarlo. Se dio la vuelta y empezó a vestirse, sin darle importancia a los ojos que no paraban de mirarla. Se sentó en la cama para terminar de atarse las botas cuando notó unas manos en su espalda. Se levantó corriendo, sin mirar a su acompañante nocturno y terminó de prepararse. Cogió sus cosas y se dispuso a salir del que había sido su único hogar.

¿Dónde vas? - preguntó una voz masculina, haciendo que la chica le mirara de una vez antes de salir. La joven lo pensó unos segundos antes de responder.
A salvarte el culo - cerró la puerta sin contemplaciones y se marchó a paso rápido, dejando al chico tan confuso que todavía creía estar soñando. Aquella no era la joven con la que se había acostado.

Cuando salió a la calle dirigió la mirada al cielo, llena de temor. Y pensar que aquello no lo había hecho ella. La de veces que se había imaginado inundando aquella horrenda ciudad. Se colocó la gran capucha de su abrigo sobre la cabeza y comenzó su camino. No había hablado con sus compañeros sobre el lugar de reencuentro porque no hacía falta. Todos sabían donde debían ir. Le gustaba cuando la ciudad estaba tranquila, vacía, sin los gritos de la gente ni los malditos niños corriendo por las calles, molestando a los mayores. Sin embargo aquella tarde no le gustaba esa tranquilidad, se estaba poniendo nerviosa. Ella nunca se ponía nerviosa, era un estado innecesario e inútil. Una fuerte ráfaga de viento le hizo girar la cabeza para que la tierra no le entrara en los ojos. Continuó su camino con la cabeza agachada. El viento estaba empezando a coger más fuerza y cuando entraba en algunos callejones era tal su fuerza que notaba como sus pies iban hacia atrás. Se paró en una zona cubierta para poder ver su camino. El viento estaba levantando la tierra y en algunas zonas la visibilidad era imposible.

No te atrevas a tocarme. - dijo sin más. Durante unos segundos parecía estar completamente sola hasta que por fin un muchacho de largos cabellos rojizos hizo aparición de la zona trasera de ese mismo lugar. Casi había escupido las palabras.
Mujer, si hoy nuestro última día. No seas arisca. - dijo el muchacho, riéndose del mal genio de su compañera. No había cosa que más le gustase que enfadar a la chica.

Y en el preciso momento en el que la muchacha había preparado un par de palabras mal sonantes para soltárselas en la cara, el cielo rugió con fuerza y la lluvia empezó a caer con fuerza, convirtiéndose en apenas unos segundos en granizo. El pelirrojo miró a su amiga, creyendo que ella era la causante, pues más de una vez había habido problema climáticos por el mal genio de la chica. Pero por la mirada que la chica le había lanzado comprendió que ella no tenía nada que ver. Era absurdo quedarse allí parados cuando la muchacha era la mejor de las aquas. Cogió al muchacho de la muñeca, notando un calor que casi le quemaba y lo acercó a su espalda. Entonces el chico aprovechó el momento y le sopló en la oreja, haciendo que la chica sintiera un escalofrío en el estómago. No esperó dos segundo y la joven le clavó un codazo a su acompañante, escuchando su quejido.

Caminaron con paso rápido por las calles inundadas y destrozadas por la fuerza del granizo, que crecía por momentos. La joven creó una especie de capa sobre ellos para que el granizo no les golpeara, pues si era así podrían recibir duros golpes. Por su parte el muchacho se encargó de que las bolas de agua se derritieran en cuanto se acercasen a ellos, haciendo que se evaporasen. Por fin el granizo desapareció, pero la lluvia empezó a ser tan espesa que era como tener capas y capas de niebla delante de los ojos. Y tras unos minutos caminando bajo la densa lluvia y sin apenas visibilidad, la joven empezó a frenar su paso. El chico no quiso preguntar nada ni obligarla a seguir andando, pues estaban en su elemento y él no tenia nada que decir. Poco a poco fue soltando la mano del chico y caminó unos pasos hacia delante. La chica se quedó observando el cielo, el ambiente que los rodeaba. La lluvia había desaparecido rápidamente pero la Aqua notaba algo en el lugar. El ambiente estaba cargado, lo notaba en la piel. Entonces el joven vio como su compañera empezaba a dar pasos hacia su posición pasada. Le volvió a coger la muñeca pero esta vez estiró de él con todas sus fuerzas y lo obligó a correr por el suelo embarrado y encharcado. El chico no entendía nada, pero cuando quiso preguntar se dio cuenta que apenas podía respirar, el corazón le latía con todas sus fuerzas y las piernas le quemaban del esfuerzo que hacía para no quedarse frenado en el barro.

- ¡Cuidado! - gritó una voz alejada de ellos. Ambos giraron la cabeza hacia el sonido cuando justo en ese momento un rayo caía en una casa cercana, haciendo que esta explotara en llamas, haciendo que ambos muchachos cayeran al suelo sucio. - ¡Rápido! - volvieron a escuchar.

Corrieron hacia el lugar del que provenía la voz, encontrándose con el muchacho que controlaba el elemento que había estado a punto de matarlos. Corrieron sin mirar atrás, siguiendo las instrucciones del moreno para esquivar los rayos que caían a apenas unos metros de sus cuerpos. El Elektro les pidió en un momento que esperaran, pues debía asegurarles el camino. Los chicos aprovecharon para coger aire y limpiarse los rostros, pues las caídas en el barro les había ensuciado demasiado. La chica asomó un poco la cabeza, pero no pudo ver a su compañero. Volvió a esconderse e imitando al pelirrojo se sentó en el suelo. Lo miró, observando en su rostro una sonrisa de diversión. Ella rodó los ojos y dejó de mirarlo, solo quería concentrarse en recuperar el aliento y el agua que había perdido por culpa del sudor. Solo de pensar que aquellos rayos era lo más flojo que les esperaba le empezaban a temblar las manos.

- ¿No tarda mucho Zack? - se atrevió a preguntar la chica, asomando la cabeza de nuevo.
- Prefiero tu compañía a la suya. - dejó caer el pelirrojo, pero la joven prefirió hacer caso omiso a ese comentario, pues no tenía ninguna intención de hacerse amiga del chico justo en ese momento. - ¿Tienes miedo? - abrió la boca de nuevo, haciendo que la chica lo mirara por fin con esos ojos azules celeste. Ojos que quitaban el hipo a cualquiera.
- ¿Qué? - preguntó, habiendo escuchado a la perfección lo que había dicho Alexander. - Claro que no, ¿qué clase de pregunta es esa?, ¿acaso tú tienes miedo? - parecía casi ofendida por la pregunta del chico. Ella nunca había sentido, en toda su vida. Y si lo había sentido se había prohibido pensar en ello.
- Si - dijo el chico serio, sin dejar de mirarla a los ojos, apenas parpadeando. La chica lo miró sorprendida. Esa era la última respuesta que esperaba, sobre todo viniendo de él. Tragó saliva y apartó la mirada. Aquella respuesta le hizo sentirse como una falsa, una mentirosa, una cobarde que no era capaz de aceptar que tenía miedo, aunque solo  fuera un poco. - La gente inteligente y sensata tiene miedo. Por eso sé que tienes miedo. - la chica se quedó mirando fijamente los ojos del pelirrojo, como hipnotizada. Se miraron durante unos segundos eternos en los que ella no sabía exactamente que había ocurrido dentro de ella.

Se levantó de golpe, mirando por el lugar que Zack había desaparecido. Segundos después una sombra empezó a formarse en la lejanía y cuando pudo comprobar que era su compañero vio como éste le hacía gestos con los brazos para que se dirigieran hacia su lugar. La sombra volvió a desaparecer, así que la chica dio por entendido que no habría peligro con los rayos, de hecho parecía que el cielo se había calmado, pues hacía bastante tiempo que no escuchaban truenos ni veían rayos. Se giró rápidamente para avisar al pelirrojo de que debían seguir su camino y volvió a mirar, esperando volver a ver la sombra, pero nada. Fue entonces, cuando al girarse para decirle al chico que debían seguir el camino, el joven apresó su rostro en unas manos cálidas. No dejó tiempo de reacción a la chica, pues en seguida acercó sus rostros y juntó sus labios en un beso tan cálido que casi quemaba, pero no a ella. Dejó que sus ojos se fueran cerrando lentamente mientras sentía los labios del chico fundirse con los suyos. Era la primera vez que alguien la besaba como lo estaba haciendo él, y le gustaba. Sus pies empezaron a bajarse, pues la altura de la chica era bastante baja en comparación con la del chico, llegándole a sacar un par de cabezas. Cuando tuvo los pies en la tierra abrió los ojos y vio como el chico la estaba mirando con esa sonrisa de diversión que siempre llevaba por delante.

-¡Eh, tortolitos! - dijo una voz detrás de ellos, haciendo que la chica se sobre saltara y se limpiara la boca sin quererlo. - ¡Vamos, joder, que no tenemos todo el día! -apresuró el chico con mal humor

Con rapidez el trio salió de su pequeño escondite y siguieron casi corriendo al moreno. De repente, la chica detuvo sus pisadas, haciendo que su amigo chocara contra ella. Se quedó mirándola y para descubrir que sucedía se giró, pero no vio nada durante unos momentos. Entonces la tierra explotó, el cielo se llenó de cenizas y el aire se volvió pesado y casi imposible de usar para respirar. Como si el suelo mismo que tocaban fuera un volcán, el magma empezó a salir a borbotones de los agujeros que se habían formado. El suelo que pisaban temblaba, se abría en grietas y entonces volvía a explotar, repitiendo la salida del material ardiendo. Empezaron a correr como nunca antes lo habían hecho, como si la vida les fuera en ello, pues en parte era así. Tropezaban, esquivaban y sentían como las cenizas caían sobre sus cabezas y les quemaban la ropa. Zack había desaparecido, pues el apenas necesitaba correr si usaba la velocidad del rayo. La joven sentía que las piernas le fallarían en cualquier momento y que no podría cumplir con su cometido. De cualquier modo iba a morir y eso lo tenía asumida, o eso creía ella. Una mano grande y casi tan caliente como la ceniza que le quemaba el pelo apresó una de sus muñecas y le hizo correr hasta sentir como los pies le podrían estar sangrando. Miraba atrás, una y otra vez, observando como las explosiones se les acercaban cada vez más y sus piernas no daban abasto. Se dio cuenta de que lo que estaban haciendo era lo más absurdo que habían hecho hasta el momento. Se soltó de golpe del agarre de su amigo y concentrando toda sus fuerzas en sus manos el agua empezó a salir de ellas con presión hacia el magma. Con todo su control, hizo que el agua se enfriara lo máximo, haciendo que el líquido se fundiera con las llamas y se solidificara a una velocidad pasmosa. Si ni si quiera podrían controlar sus elementos no sabía como iban a salvar al mundo. Su compañero la observó, sin hacer nada. Nadie podía conocer el fuego mejor que él, así que de nuevo la agarró, pero esa vez colocándola sobre su hombro y corriendo. Poco después el magma volvía a salir y el suelo explotaba en la zona que su amiga había estado.

-No puedo creer que no puedas controlar ni tu propio elemento – le gritó la chica cuando consiguió bajarse de su hombro tras cientos de patadas y habían llegado al lugar de quedada.
-De nada por salvarte – le soltó con un tono ácido. Nadie le decía si sabía o no mover su poder, o si conocía o no su elemento. Elena no tenía ni idea.
-No necesito tu ayuda para huir de un poco de lava.
-Pues entonces vuelve de donde te he sacado y prueba tú a controlar el fuego. – Alexander se giró enfadado con la chica y señaló con el dedo un lugar a la lejanía. Inconscientemente, la chica miró y vio como todo estaba desapareciendo y lo único que quedaba eran llamas. Ni ella se veía con fuerzas para apagar aquella cosa tan colosal. El lugar no era nada más que fuego y magma.

Por suerte en aquel lugar estaba a salvo, siempre lo estaba. Se adentraron en la pequeña montaña, la única que quedaba viva, y se dirigieron hacia donde debían de estar sus dos compañeros. Elea ni miró de refilón al pelirrojo. Siempre lo había odiado  y siempre lo odiaría. Odiaba a todos ellos, a los tres. Ni uno se salvaba. Creían que era una niñata estúpida que no sabía ocuparse de sí misma. No entendían como ella era la elegida para el elemento aqua. Lo que ella no entendía era como el mundo podía ser tan cruel en algunas ocasiones y haber dejado que el destino la uniera con aquellos tres grandísimos imbéciles que lo único que hacían era alardear de su poder. Ella no había pedido aquello, de hecho más de una vez había deseado con todas sus fuerzas ser como esos humanos que vivían sin esos malditos poderes de los que supuestamente debían sentirse orgullosos. Aunque no eran bien tratados por los de su raza desearía no tener su poder y no tener que morir porque a la cosa esa que estaba destruyendo el mundo le diera la gana. Pero tuvo que dejar sus divagaciones de lado cuando llegaron al final de la montaña y se reunieron con Zack y Aaron, el otro elemento, Ventus. Aaron era el listillo de turno, el más inteligente de los tres, el que lo había ideado todo y lo había descubierto todo. Lo odiaba con todas sus ganas, puede que al que más. Más de una vez le había propinado un fuerte bofetón por sus malos modales acompañado con algunas palabras como capullo o cretino. Miró con asco a los tres chicos juntos. Parecía que su deseo de que se murieran se iba a hacer tan realidad que hasta ella se iba con ellos. Solo quería que aquello se terminase cuanto antes.

-¿Y cómo sabes que va a funcionar?, ¿y si morimos por nada? – Aaron rodó los ojos y resopló ante la incompetencia de su compañera.
-Si morimos lo hemos hecho bien, si no, alguien ha hecho algo mal – aquello era una indirecta muy clara hacia Elena, cosa que entendió y estuvo a punto de escupirle en la cara por estúpido. – Vamos.

Siguieron al Ventus hacia la zona más alta que había en la montaña. Elena iba por detrás de ellos, parándose en algunas zonas en las que se veían mejor los destrozos de aquella locura. Nunca hubiera pensando que fuera a sentir pena por ver como la ciudad era destruida. Por un momento esperó que todo el mundo hubiera buscado lugares para resguardarse. Aunque que más daba ya. Estarían todos muertos a menos que pararan aquello a tiempo. Terminó el pequeño trayecto que le quedaba y se unió a sus compañeros, aunque según parecía no estaban solos. El nuevo visitante se giró cuando escuchó los pasos de la chica y la saludó con una sonrisa. Elena le quitó la mirada en cuanto pudo. Él era el culpable. Él era quien había decido su destino y quien había marcado el día de su muerte. No, a él le odiaba más. Formaron un círculo y Aaron volvió a explicar lo que debían de hacer en cuanto vieran la marca del miasma. Elena ya no prestaba atención. Contaban con ella porque así debía ser, pero si por ellos fuera la tirarían por el barranco que bajo sus pies se encontraba. A pesar de que todo lo que conocían estaba siendo destruido, el invitado estelar no daba acto de presencia, y Elena se desesperaba. Quería morirse ya. Dejó que los chicos jugaran a hacerse los mayores y se alejó hacia un borde de la montaña. El lugar estaba protegido, por lo que ni el viento corría en la montaña. Miró lo poco que quedaba en pie de lugar y no pudo controlar la lágrima que se atrevió a correr por su mejilla. Se la quitó corriendo, nadie podía verla así, ni si quiera ella misma.


Un trueno ensordecedor hizo que la joven se girara casi asustada. Notaron como la montaña tembló, casi parecía un volcán a punto de estallar. Elena se abrazó y frotó los brazos. No tenía frio, pero un fuerte escalofrío le recorrió el cuerpo, la hora estaba cerca. Miró a los chicos, que como ella habían dirigido su vista hacia el cielo, impresionados por el sonido. Aaron le hizo un gesto con la cabeza y se volvió a acercar hacia los muchachos. Hablaban entre ellos, con el otro muchacho, Elena no oía nada. Sus oídos preferían no escuchar. El cielo se ennegrecía por segundos. Lo del cielo no parecían nubes, simplemente estaba negro. Elena sentía como si de un momento a otro el cielo se fuera a romper en cientos de pedazos, como un cristal gigantes, y fueran a caer sobre ellos, matándolos. Entre los cuatro hicieron un círculo, con el otro joven en el centro. Sin apenas concentrarse, sus manos empezaron a brillar, cada una con colores diferentes según la persona. Parecían estar en llamar, pero lo único que emanaban era la esencia de su poder. Entonces se cogieron de las mano y lo que parecían llamas crecieron hasta el cielo y se transformaron en un blanco brillante, casi parecía como si sus cuerpos tuvieran luz propia. Concentrados en el momento, comenzaron a pronunciar las palabras que Aaron les había enseñado en voz baja, y esas esencias de poder empezaron a aparecer por todo sus cuerpos. Los chicos parecían bolas de energía con forma humana. No sentían nada. No sentían frio, ni calor, y por un momento el miedo que el momento les había proporcionado desapareció con esas palabras. Sin embargo, cuando dejaron de pronunciarlas fue como si hubieran vuelto de un sueño y todos los temores hubieran vuelto a sus cabezas. 


Entonces se pudieron divisar las nubes, que empezaron a moverse rápidamente por el cielo, negras como el carbón. Iban formando pequeños remolinos, por todas partes. Poco a poco iban creciendo, cada vez más hasta el punto de ir formando decenas de tornados. Empezaron a girar, tocando suelo firme y arrancando todo lo que se encontraban a su paso, si es que quedaba algo. Pero los Elementos estaban a punto de presenciar algo que nunca había sido visto. Se olvidaron de lo que estaban haciendo, se olvidaron de donde estaban y se quedaron mirando, atónitos, la escena. Todos los tornados que se habían formado a su alrededor empezaron a moverse hasta que todos se hubieron unido hasta formar uno. A pesar de estar a kilómetros de distancia los chicos sentían como si lo tuvieran justo delante. El único tornado que quedó en pie empezó a expandirse hacia los lados, como si algo lo estuviera estirando. Creció y creció hasta formar una especie de pared, echa de las nubes negras y que destruía todo lo que se interponía en su camino. Poco a poco el muro fue cogiendo forma y Elena tuvo la impresión de tener una ola gigante ante sus ojos. Sentía que de un momento a otro caería al suelo de los temblores que estaba sintiendo por las piernas. Miró de reojo a sus compañeros. Parecían tan tranquilos. Como si estuvieran deseando que el miasma se acercara a ellos para derrotarla de una vez. Cuando volvió el muro parecía moverse igual que una ola, girando en el suelo y creciendo mucho más, en dirección al cielo. Parecían estar unidos, como si el muro necesitara agarrarse del cielo. El muro crecía cada vez más hacia los lados hasta tal punto que los ojos ya no eran capaces de ver más allá.

El cielo negro, el muro negro y nada con lo que protegerse o donde resguardarse. Elena tenía la sensación que la iban a enjaular en una caja negra, sin salida, sin ventanas. Quería salir de allí corriendo y dejar que los demás hicieran el trabajo sucio, seguramente serían capaces. Pero por cosas que desconocía, sin ella sería imposible, si faltaba alguno de ellos, morirían y no podrían hacer absolutamente nada por el mundo que los rodeaba. El gran muro se acercaba, tan grande era su tamaño que la joven creía tenerlo delante, pero no era así. De un momento a otro los iba a engullir y todo se acabaría. No volvería a abrir los ojos, estaba muerta. En ese momento se percató que el pelo le ondeaba y sentía el aire correr por su rostro, imaginó que Aaron habría quitado esa cosa que convertía a la montaña en una burbuja. Cuando quiso darse cuenta tenían el muro delante, a punto de engullirlos y hacerlos desaparecer. Los muchachos se agarraron con fuerza de las manos y siguieron dictando las palabras que anteriormente habían usado. Todos habían cerrado los ojos, lo mejor era no ver. Pero Elena no se pudo resistir, entre abrió levemente uno de sus ojos y ante ella se encontró una nube gigante, negra y que brillaba por dentro, como si estuviera formada de rayos. Cerró los ojos con fuerza y la nube los engulló. 

Elena imaginó que podría salir volando, o que notaría como el aire la golpeaba y la nube acariciaba su piel, dejándola mojada. Pensaba que tendría que agarrarse con fuerza de la mano de los chicos y que tendrían que usar la poca fuerza que les quedaba para no salir disparados por los aires. Elena seguía con los ojos cerrados, con todas sus fuerzas, y no notó nada de eso. Apenas notaba una leve brisa que movía su cabello. Sentía como si estuviera flotando, como si la gravedad hubiera desaparecido de repente. ¿Estaban dentro del miasma? No estaba segura, estaba sintiendo cosas muy raras. Nunca hubiera pensado que pudiera sentirse así. Estaba relajada, no tenía miedo, pero no se atrevía a abrir los ojos. Sentía como si estuviera en un lugar seguro donde el miasma no era capaz de tragárselos. Todavía estaba agarrada a los dos chicos y sus labios no dejaban de moverse y pronunciar las palabras necesarias para hacer lo que debían. 

Cuando el muro de nubes negras los hubo tragado, por un momento en la tierra hubo tranquilidad. Ni un susurro, solo el sonido del viento producido por aquello y los rayos que se formaban en su interior. Parecía tener hambre. La montaña desapareció, y con ella los cinco jóvenes. Pasaron unos segundos que parecieron eternos, hasta que un haz de luz brillante salió de la oscura nube y tocó el cielo, iluminándolo y borrando las nubes que había en él. Empezó a divisarse el azul claro y las nubes que había eran blancas y desprendían una luz cálida y agradable. El haz fue creciendo hasta dividirse en cuatro. Cada uno provenía de un punto de la montaba. Cada uno de los haces era uno de los muchachos, y poco a poco iban dejando el blanco para tomar algo de color. Parecía verse un rojo, un azul, un amarillo y un verde, pero eran casi imperceptibles. Esos rayos empezaron a moverse. Se juntaron en el centro y el chico notó como su cuerpo cálido. El miasma se había detenido, parecía que hubieran parado el tiempo. Las nubes giraban lentamente alrededor de esas luces, parecían hipnotizadas.

Como si sus mentes hubieran estado sincronizadas o se hubieran leído el pensamiento, los cuatro jóvenes abrieron los ojos y dirigieron su mirada hacia el chico del centro. Sus labios seguían moviéndose. Las palabras no eran las mismas, de hecho cada uno decía una cosa diferente. Hablaban sin pensarlo, simplemente les salían. Se soltaron de las manos con cuidado, despacio, pero nada ocurrió. La luz del centro tomó más fuerza y brillo, haciendo que costara ver al joven de su interior. De los cuatro seguían emanando esas luces con algo de color, parecían estrellas con luz propia. Elevaron sus manos, colocaron la palma de la mano izquierda sobre el dorso de la derecha y pusieron los brazos en horizontal, apuntando todos hacia el centro.

Las nubes que giraban en torno a la montaña fueron cobrando velocidad, cada vez más, hasta volver a formar una especie de tornado. Sin embargo, el aire no se movía, lo único que seguía siendo igual era el sonido de los rayos en su interior. Aumentó la velocidad y el haz de luz blanca creció hasta ocupar la base de la montaña por completo. Las nubes negras se alejaban y acercaban de la luz, hasta que la potencia del haz hizo que el miasma fuera introduciéndose en su interior, haciendo que desapareciera por completo en el exterior. Poco a poco el gran muro negro fue desapareciendo y era como si nunca hubiera pasado nada. Las llamas desaparecieron, el agua de las inundaciones se evaporó de una manera pasmosa, el viento aminoró y el sonido de los rayos fue disminuyendo hasta desaparecer. Sin embargo, todo ello estaba dentro de la luz blanca. En el centro estaba el joven, Syndus, y el miasma desapareció en él.

Los cuatro chicos observaron absortos los acontecimientos sin dejar sus palabras de lado. Las nubes estaban entrando en la nube, pero se dirigían hacia Syndus, no hacía ellos. Como Aaron había dicho. Sin saber por qué, sus ojos empezaron a cerrarse de nuevo y sus bocas dejaron de producir sonidos. Cuando el miasma llegó al cuerpo del joven este desapareció del lugar, acompañado de un fuerte y último rayo. Los cuatro chicos sintieron como la temperatura de sus cuerpos se elevaba, pero no era molesto. Tenían los ojos cerrados y notaban como se iban quedando dormidos.  La luz que los cuatro emanaban se volvió intensa, tanto que podían ver su brillo a pesar de tener los ojos cerrados. Pero ya no sentían nada, querían abrir los ojos, pero no podían. Intentaban pensar que había sucedido, donde estaban, pero no podían. Sus mentes se habían vaciado y sus cuerpos habían desaparecido, como si nunca hubieran existido. Las luces desaparecieron en el cielo y la montaña se quedó vacía. El lugar estaba tranquilo, los árboles estaba donde siempre, el río seguía su cauce y el cielo estaba limpio de nubes. A la lejanía, la ciudad de Caeleste seguía en pie. Sus habitantes habían salido de sus casas. ¿Había terminado todo? No estaba seguro, lo único importante era que estaban vivos y eso era lo único que habían pedido a los dioses. Todos sabían lo que había pasado, algunos sentían que por un momento habían estado muertos, pero estaban allí, de pie, observando a su alrededor y viendo a los demás. No entendían que había sucedido. Que más daba. Miraron al cielo, brillaba. No había nubes, solo un poderoso sol en lo más alto. Allí no había pasado nada, porque estaban vivos. Sin embargo sentía que habían sido salvados, por algo o alguien. Sentían que debían de agradecérselo a alguien. Puede que a un dios. O puede que varios.
 
"La esperanza es una cosa buena, quizá la mejor de todas, y las cosas buenas nunca mueren."
Stephen King


______________________________________________________________________________________
Muchas gracias a todos los que habeis seguido el proyecto hasta el final. Siento mucho la tardanza y siento mucho que el texto sea tan largo, pero tenía que ser así. Quería que fuera así. Como sabéis, la canción undécima consistía en dedicársela a alguien. Pero yo voy a ir en contra de mis propias normas porque no podía dedicársela a una única persona. Si elegí este tipo de relato, con estos personajes, era porque quería dedicar este relato a varias personas, personas que tienen que ver con los personajes o con "su mundo", que es un foro. Aunque algunas personas no tienen nada que ver con estos personajes, son muy importantes para mí y me  gustaría dedicárselo.  Casi podría decir que este relato es para todo el foro de Caeleste Reformatory. Ha sido un sitio muy importante para mí, y lamento mucho el haberme ido debido a la universidad, pero tenía que hacerlo. Bueno, estas personas ya lo saben, pero quiero nombrarlas: Andrea A, Andrea B, Yeray, María C. Fátima, mi querida Cristina y Laura. Podría seguir diciendo nombres hasta pasar la longitud del relato, pero estas personas son muy importantes para mí y el haberlas conocido es una de las mejores cosas que me ha podido pasar. Sobre todo me apoyan con el tema de la escritura y sin ellos no tendría ánimos para escribir. Espero que lo disfrutéis. Gracias.

3 comentarios:

  1. Ay, mi Elena D:

    Pobrecicos tos, pero han muerto por una buena causa... ¡Ha estado genial y jasdhfñakjsdhflkjasd!

    ResponderEliminar
  2. GFHDTHGSHGRYDJHDRJJJHSGTYJSDYHTYJSTYRDJHYHDRJHYJDFH ME VA A DAR ALGO D: HA SIDO... HA SIDO.... AY VFGBHGFVDNNHGF Y han muerto D: Pero lo han hecho por salvar al mundo entero... Su muerte ha sido por una buena causa, sep.
    Jó, me ha encantado :33 Y además, la canción ha sido fghtfggdhghb Pega un montón y además me encantan estas bandas sonoras xDD

    Gracias por escribir cosas así, ahora estoy emocionado LOL

    BESOS GIGANTES <33

    ResponderEliminar
  3. ERES INCREIBLE! Es una pena no poder entenderlo al detalle pero me ha motivado muchísimo. Espero que a los protagonistas les haya gustado, y perdón por no haberlo leído antes, tengo el blog demasiado abandonado... BESOS !

    ResponderEliminar