21.9.12

C&D

Unas largas piernas escondidas bajo unos vaqueros ceñidos caminaban por el mugriento suelo del bar, rodeando la mesa del billar en busca de la posición perfecta para golpear la bola blanca. Los hombres del lugar procuraban no mirar demasiado a la zona del billar, a sabiendo de que podrían recibir algo más que duros insultos. Algunos se colocaban frente a uno de los espejos tras la barra para poder tener buenas vistas de las dos mujeres y sus traseros. Merecía la pena arriesgar el pescuezo. 

Una de ellas había decidido sentarse sobre un taburete mientras veía como su amiga buscaba desesperadamente la manera de agregarse más puntos con una sola tirada. Ella la miraba divertida, parecía una leona a punto de tirarse sobre su presa. De vez en cuando elevaba el brazo y el líquido de la cerveza fría se deslizaba por su garganta. 

-Cuando quieras tirar han cerrado el bar – decía burlona la muchacha sentada. Los hombres de alrededor rieron la gracia de la mujer y siguieron mirando la jugada, como cada noche. 

Su amiga había aprendido a ignorar los comentarios ácidos, pues lo único que hacía si le seguía el juego era ponerse nerviosa y al final la bola blanca terminaba chocando contra la pared y las demás seguían intactas sobre la mesa. Por fin se inclinó sobre una de las esquinas y agarró con destreza el taco alrededor de sus manos. Movió un par de veces el objeto hasta estar segura de que golpearía con la fuerza correcta. Su amiga seguía sentada, observando su cara de concentración. Su vista no se apartaba de la bola blanca, casi parecía querer moverla con la mente. Por fin el sonido hueco retumbó y las bolas empezaron a chocar unas con otras. La lanzadora miró atenta el trayecto de todas y cada una de las pelotas. Su esperanza desapareció cuando la última bola quedó al borde de uno de los agujeros y no se coló. La mujer echó la cabeza hacia atrás. Todas las noches igual. 

-Por los pelos – dijo su amiga, apartándose de su asiento, con un tono burlón.
-Que graciosa – llevaba un mes perdiendo al billar y eso implicaba pagar las copas de ambas. – Sigo diciendo que tienes amañado esto.
-Cata, tienes muy mal perder. 
-Y tú eres una tramposa.

Su amiga rio de nuevo y cogió su taco para tirar la última bola que le quedaba en el tablero. No lo pensó dos veces y golpeó con fuerza la bola blanca. La mesa quedó vacia de bolas a excepción de la blanca. Cata puso los ojos en blanco y le dio el dinero a su amiga, que enseguida había colocado su mano para recibir su dinero. 

-Mañana te gano – dijo Cata esperanzada mientras cogía sus cosas.
-Claro. 

Fueron juntas hacia la barra y le pagaron al muchacho de siempre lo que habían tomado. Se pidieron ambas una última cerveza y se sentaron en los taburetes mientras los hombres del local aprovechaban para apoderarse del billar. Como cada noche hablaban de la primera tontería que se les venía a la cabeza. Siempre evitaban el tema del trabajo, pues ya le daba bastantes quebraderos de cabeza como para tenerlo presente en sus ratos libres, sin embargo aquella noche Cata sacó el tema. 

-Deberíamos decirle a Roy que le de el trabajo a otro. 
-¿Estás loca? – la mujer casi se atragantaba con la cerveza - Cata, podemos conseguir millones, ¿no te das cuenta? 
-No es como los otros que hemos capturado. Éste es peligroso de verdad.
-Exageras.
-Roy nos lo dijo.
-Roy exagera más – dijo con una risa. Cata parecía muy preocupada por el tema, pero estaba claro que su amiga no quería darle importancia. – Cata, si trabajamos juntas es por algo. Lo cogeremos
-No digo que no lo cojamos. ¿No recuerdas toda la lista de delitos que nos leyó Roy?
-¿Y qué? Los hemos tenido peores.
-Este tipo es diferente – Cata bajó el volumen de su voz y se acercó a su amiga para que la pudiera escuchar. – Podríamos decirle a otro que cogiera el trabajo por…
-Cata, si pillamos a este desgraciado nos podremos jubilar para el resto de nuestra vida. 
-Para eso tendríamos que estar vivas.

Cata se alejó de su amiga y se volvió a colocar en su asiento. Si cogían a aquel tipo podrían ganar una fortuna, ambas lo tenían presente. Sin embargo Cata no parecía muy a gusto con el trabajo. Desde el día en el que Roy les hubo hablado del tipo la muchacha parecía estar de los nervios y atenta a cualquier ruido a su alrededor. Parecía estar alerta por algo. A Cata nunca le había gustado demasiado hablar de su pasado, ni si quiera con su compañera. La morena se levantó de su asiento y se dirigió hacia los pequeños lavabos femeninos. Su amiga resopló y apoyó los codos sobre la barra para esconder su rostro en las manos. 

-Dem, deberías hacerle caso – dijo de repente una voz delante de ella, tras la barra. La mujer separó los dedos y miró al camarero. – Cata siempre ha tenido buena intuición – afirmaba el camarero, mientras con un blanco paño limpiaba un vaso. 
-Ya lo sé, pero si pillamos a este tio haremos historia – Dem se acercó al muchacho, inclinándose sobre la barra – ganaremos una pasta y encima haciendo algo por la ciudad, porque la policía no es que haga muy bien su trabajo. 
-Lo podéis dejar pasar. Cogéis a un par de fugitivos más y listo. 
-Llevo toda mi vida esperando este golpe, no puedo dejarlo pasar. 

El camarero suspiró. Conocía a ambas muy bien, sabía como eran y si Dem decía que no quería dejar pasar aquella oportunidad, no lo haría. Se volvió a sentar en su sitio cuando escuchó abrirse la puerta de los servicios. Cata volvió a sentarse en su taburete y siguió hablando con su compañera como si la conversación anterior no hubiera existido. De vez en cuando ambas reían al unísonos o hablaban sin cesar con el camarero. Era el dueño del bar y el único que trabajaba en el local, pero tampoco es que tuviera tantos clientes como para necesitar a alguien más con él. El muchacho estaba orgulloso de que, a pesar de ser tan joven, hubiera podido crear un pequeño negocio de la nada. No es que fuera el bar más cotizado de la ciudad pero ganaba el dinero suficiente para vivir y aquello le hacía feliz. Las chicas habían empezado a ir casi desde el día de la apertura. Había pocos sitios en la ciudad que aceptaran a dos caza recompensas como ellas. Cuando el reloj de la guitarra clavada en la pared hubo marcado las tres las chicas decidieron que era cosa de irse a dormir y descansar, pues el día siguiente sería muy duro para ambas. Se despidieron del camarero como costumbre. Sus noches solían ser muy rutinarias, a excepción de aquella. Cuando las chicas se hubieron acercado a la puerta un tipo que les sacaba tres cabezas a cada una y con unos músculos que parecían haber sido inflados con una bomba de aire les cortó el paso con los brazos cruzados sobre la ajustada camiseta blanca. Cata, que iba delante, se terminó de colocar la chupa negra de cuero y levantó la mirada hacia el hombre, parecía no entender que intentaba aquel tipo. El tipo no hizo gesto alguno, parecía una estatua. Dem se encontraba detrás, mirando al hombre con la cabeza doblada, pues era una muchacha algo menuda, cosa que le servía para pasar desapercibida. Sonrio para sus adentros mientras miraba el rostro de su compañera. 

-Perdona, me gustaría salir – dijo Cata amablemente, mirando hacia arriba. 
-¿No me digas? – el hombre la miró, haciendo que otros tipos que había cerca de él soltaran risotadas. Las chicas les echaron un rápido vistazo a sus nuevos amigos. Cata cogió aire para tranquilizarse.
-Apártate, por favor. 
-Yo lo haría por tu bien – dijo Dem tras su amiga, intentando convencer al tipo. No sabía donde se estaba metiendo el pobre. El hombre la miró sin entender, ¿acaso no habían visto el tamaño de sus músculos? 
-Mi hermano no va a salir de cárcel por vuestra culpa, así que vosotras tampoco saldréis de aquí – el hombre dio un par de pasos hacia delante, haciendo que las chicas caminaran hacia atrás. Se miraron, estaba claro que habían encerrado a un familiar suyo. 
-Mira tío – empezó diciendo Dem – hemos encerrado a muchos como tú. Si quieres que sepamos por qué narices nos cortas el paso deberías darnos más datos. – Dem vio como el hombre apretaba con fuerza la mandíbula y sus músculos se tensaban hasta marcar las venas. Un espectáculo asqueroso. 
-Rubio, alto, delgado pero fuerte, piercings…
-¡Ah, si!, el tío de los piercings – dijo entonces Cata, lanzándole una mirada a Dem, que también había caído en quién era el hermano de aquel monstruo. 
-Le hicimos un favor, era pura droga. 

El hombre no tardó dos segundos en reaccionar a las palabras de las muchachas. Lanzó un gruñido cual animal furioso y dirigió uno de sus puños hacia ambas chicas, que estaban a la misma altura. Ambas lo esquivaron con el mismo movimiento hacia atrás, haciendo al hombre sentirse confuso. Parecían reflejos la una de la otra en los movimientos. Lo miraron divertidas, con sonrisas traviesas. Mientras, en la barra, el camarero observaba atento el espectáculo. En otro momento habría salido en defensa de las chicas, pero ese error ya lo había cometido una vez. Era absurdo intentar defender a dos mujeres como aquellas. Además de quedar en ridículo podía recibir parte de los puñetazos. Sin quererlo se acarició la barbilla, recordando ese fuerte puñetazo que Cata le hubo propinado en su dia por interponerse en su camino. 

-Tranquilo, hombre. Podemos hablar como personas civilizadas – dijo Dem, haciendo que el hombre reaccionara con otro puñetazo lanzado al aire. La mujer lo esquivó sin esfuerzo alguno. –Si quieres ir con tu hermano nosotras te podemos ayudar – ambas mujeres se rieron ante las palabras y el hombre volvió a soltar un gruñido. 
-Creía que los dinosaurios se habían extinguido.

El hombre, a pesar de no entender muy bien aquellas palabras se tiró hacia Cata dispuesto a agarrarla del cuello y lanzarla todo lo lejos posible. Lo único que se lanzó lejos fue su cara, que recibió el fuerte abrazo del suelo contra su nariz. Dem apartó el pie que había usado y se acercó a su amiga para reírse juntas. Chocaron las manos y contemplaron como el hombre se levantaba con lentitud. Ambas se quitaron sus respectivas chaquetas, pues sabían que aquello no había terminado allí. Ni si quiera había empezado. 

Los tipos que al principio se habían reído con el comentario del que parecía ser su “jefe” se acercaron con intención de pegar a las muchachas, pero el hombre los paró estirando uno de sus brazos. El hombre las fulminó con la mirada, casi parecía querer matarlas con solo mirarlas. Giró su cuello haciendo que crujiera, así como sus nudillos cuando se hizo crujir los dedos de las manos. Esas partes eran las preferidas de las chicas, cuando los hombres empezaban a crujir todos y cada uno de sus huesos, como si eso significara que las pudieran vencer. Entonces, el nombre sonrió y se sacó una especie de navaja bastante grande del cinturón. Se lanzó sobre ellas y empezó a lanzar cuchilladas. Los movimientos de Cata y Dem parecían movimientos de un baile. Estaban sincronizadas y cuando una esquivaba el cuchillo la otra aprovechaba para golpear al tío por la espalda. Ambas se dieron cuenta que no iban a vencer a ese monstruo con un par de puñetazos en el estómago y una patada en la entre pierna (aunque todo se podía probar). Los tres cesaron unos segundos para mirarse a las caras. A pesar de ser dos, las chicas no rodearon al hombre, que movía la navaja de una mano a otra, cada vez más deprisa. Recobraron el aliento poco a poco, mientras caminaban en círculos, como animales preparándose para atacar. Cata buscaba desesperada un posible arma en el bar mientras Dem paraba las cuchilladas del hombre. Llegaron hasta la zona del billar, donde sin pensarlo dos veces, Cata agarró un taco y lo partió por la mitad usando como apoyo la rodilla. Miró al camarero un instante y le pidió perdón con la mirada. Le lanzó una de las partes a su amiga, que la cogió al vuelo y empezó a girarla entre sus dedos. Cata dio la vuelta al billar y se unió hacia su amiga. 

-Creí que erais mejores luchadoras – dijo el hombre, relajando los hombros y mirando con decepción a las chicas. 
-¿Qué has dicho? – dijo Cata, irguiendo su columna y cambiando el gesto de su rostro. 

Desapareció la sonrisa divertida que había tenido segundos antes y sus labios se juntaron con tanta fuerza que formaron arrugas. Frunció el ceño y sus ojos mostraron de todo menos delicadeza, que era lo que solían enseñar cuando la mirabas a la cara. Dem se apartó hacia atrás despacio, sabiendo lo que acababa de desatar el tipo. Éste la miró, sin saber por qué se alejaba. Cata pronunció el nombre de su amiga de manera casi inaudible y esta le lanzó su parte del taco. Lo recogió y empezó a girar entre sus dedos, cada vez más rápido, ambos trozos. Empezó a caminar hacia el hombre con tanta decisión que le hizo sentir miedo. Caminó hacia atrás cada vez más rápido, según la velocidad de ella, hasta que chocó contra la pared y no tuvo salida. Cuando estuve frente a él, Cata elevó ambas manos con las astillas salientes señalando hacia el  hombre y se dispuso a golpearlo. Por suerte para el tipo, consiguió echarse hacia un lado, haciendo que las armas de Cata destrozaran una estantería que había colgada. Volvió a poner su navaja en juego, intentando amenazar a Cata, pero aquello solo hacía que la muchacha se enfadara. Con un simple golpetazo le quitó la navaja de la mano. Mientras el hombre miraba su navaja tirada en el suelo, la chica aprovechó para darle una fuerte patada en el pecho, tirándola contra los tipejos de atrás. El hombre se deshizo de ellos malhumorado, no necesitaba la ayuda de nadie. Empezó a lanzar de nuevo puñetazos muy certeros a la chica, que por suerte tenía el taco para detenerlos y hacerle daño al tipo. Uno de los puñetazos casi rozó la barbilla de Cata, que furiosa por aquello golpeó el cuello del tipo con todas sus fuerzas, haciendo que cayera al suelo de rodillas. No esperó a que el hombre se moviera, golpeó su rodilla contra su cara, notando los huesos de su nariz destrozarse. Soltó un gritó de dolor mientras posaba una de sus manos en la nariz rota mientras la sangre salía a borbotones. Girando sobre su talón izquierdo le lanzó una fuerte patada derecha en el cuello, tirándolo definitivamente al suelo. 

Tras comprobar que el hombre no tenía muchas ganas de levantarse y seguir recibiendo patadas de una mujer, se agachó y cogió la navaja. La cerró y se la lanzó a Dem, que había estado quieta junto al camarero, mirando el espectáculo como todos los demás clientes. 

-Mi abuela pelea mejor – dijo Cata, dirigiéndose al hombre, que había levantado la cara ensangrentada para mirarla. 

Se acercó hacia la mesa de billar y dejó los trozos de tacos sobre el tapiz verde. Dem la miró orgullosa. Había sido ella quien le había enseñado todo aquello y casi era mejor que ella. Y pensar que no podía ganarle al billar.

1 comentario:

  1. Woo¡¡ No me gustaría encontrarme con un par de chicas así en un callejón oscuro, me ha recordado a los ángeles de charlie pero sin tanto pijerío, haber como se desarrolla la cosa que estoy deseando leer más sobre estas chicas :D

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