14.7.12

Canción séptima




¿Quién recordaba la noche anterior? Estaba claro que ella no. Solo tenía en mente las sensaciones que consiguió obtener en un par de minutos que para ella fueron los mejores de su vida. Lo único malo de esas sensaciones era que cuando desaparecían, la dejaban echa una mierda. Las ojeras crecían de la nada en sus ojos, los cuales se ponían tan rojos que en ocasiones no los podía abrir del escozor. Hambre, tenía hambre, pero no tenía fuerzas ni para parpadear. Se arrastraba por la cama, en busca de un vaso de agua en cualquier sitio cercano a su posición o cualquier trozo de pizza o bolsa de comida basura que llenara su estómago. A veces solo se dejaba tirada en la cama durante días, sin probar bocado. Solo la brisa que entraba por su ventana la acompañaba.

Pero entonces él llegaba, y nunca venía solo. Siempre sabía que era lo que ella necesitaba, siempre le daba las mejores compañías. Se tiraba en la cama con ella. A veces estaba tan deshidratada o hambrienta que solo le saludaba con una sonrisa moribunda. Parecía estar muriéndose. A veces daba hasta asco. El muchacho quitaba los mechones de su cara pálida y seca. Parecía acariciarla con suavidad, pero en vez de mano parecía que llevase un guante de madera puesto. Los continuos cortes, golpes y quemaduras habían hecho de sus manos algo duro y áspero. Pero ella no lo notaba, que iba ella a notar. Cogía las últimas fuerzas que le quedaba, se movía como si nunca lo hubiera hecho y se tiraba encima de él para besarlo y saborearlo. Para ella él era único, hasta su olor y aliento eran únicos. Y para no serlo. Se besaban hasta que las fuerzas de ella decían basta y su boca soltaba un:

- ¿La has traido?
- Claro - respondía él como si fuera lo más obvio del mundo.
- Dámela.

En un principio sonaba a orden, pero en el fondo era una súplica. Toda su vida se había centrado desde hacía años en súplicas y algunos favores de los que era mejor no hablar. Como costumbre, él sacaba una bolsita transparente del interior de su pantalón y le daba unos golpecitos con sus dedos de madera. Cogía la típica bandeja plateada que a excepción de esos días estaba tirada debajo de la cama y echaba los polvos mágicos sobre ésta, como por secciones. Ella se levantaba como si nunca le hubieran faltado las fuerzas y miraba apasionada como el chico ordenaba los polvos cuidadosamente, sin dejar que ni una mota saliera de su fila. De su oreja colgaba una especie de tubo pequeño que siempre cogía y se lo daba a ella. Las damas primero. La joven lo cogía sin apartar la mirada de su raya seleccionada, lo colocaba encima y su nariz hacía que los polvos fueran desapareciendo rápidamente, como si nunca hubieran existido.

Años atrás había perdido la esperanza de vivir y formar una familia, casi había optado por el suicidio. Pero entonces llegó él, como un ángel caído del cielo solo para estar con ella. Luego sabría que de donde venía era del infierno. Pero en el fondo le gustaba. Le  gustaba tanto que pecaba. ¿Y qué más daba, cuando no tenía a nadie ni nada por lo que luchar o vivir? Ahora su único deseo era vivir para seguir experimentando esas sensación, que hasta el momento, eran lo mejor que había tenido en su vida. Si pecar era aquello, que la dejaran vivir en paz y en pecado. 

1 comentario:

  1. Uhhhh me encanta el relato, pero DROGAS MALAS, DROOOOOOGAS MALAS.
    Me da mucha pena las personas que viven así, la verdad D: Una vez fuimos de excursión a un centro dónde hay gente así y que se estaba curando, y la verdad es que fue una experiencia inolvidable :33

    Bueno, que me voy de las ramas xDDDDD Me ha encantado, como todo lo que escribes :33

    Besos giganteeeees, María :33

    ResponderEliminar