Sentada sobre una roca, con las
piernas cruzadas y los ojos cerrados, deja que el bosque le hable al oído. Que
le cuente sus secretos más profundos. Su mente salta de rama en rama, se
desliza por las raíces húmedas bajo tierra y flota con las hojas secas que caen
de los árboles. La brisa ardiente del desierto se mueve entre los troncos y
llega hasta Margot. Toma aire por su nariz y lo mantiene en su cuerpo durante
unos largos segundos. Lo suelta por la boca, notando como se vuelve una con el
bosque. De vez en cuando un pájaro le canturrea una canción. El bosque le
acaricia las mejillas con cuidado, para
no despertarla. El bosque y la muchacha se quieren unir en un solo ser.
Margot deja que el bosque confíe en ella, y así lo hace. Puede que haya muchos
Terras, pero ninguno será jamas como ella.
Alguien perturba su
concentración, provocando que la muchacha abra los ojos. Su mano parece bailar
en el aire y se escucha el crujir de las ramas. Al rato, un muchacho de pelo
largo y pelirrojo aparece colgado boca abajo.
—¿Shander?
—Hola —dice alegremente.
—¿Qué demonios haces aquí?
—Pues...¿te importaría bajarme?
La chica vuelve a mover su mano y
las ramas dejan al chico en el suelo con cuidado. Camina hacia Margot con
cautela, por a si a otra rama el da por agarrarlo de los pies de repente.
Quizás habría sido mejor hacerse ver que espiarla. Al fin y al cabo, está en su
territorio.
—¿He interrumpido algo?
—No, tranquilo —la chica descruza
sus piernas y gira su cuerpo para mirar directamente al muchacho—. Solo una
conversación profunda con el bosque.
—Ah, bueno.
Ambos se sonríen ante el tono
irónico de ella. A Shander le agrada esa muchacha. Siempre se alegra de que sea
la mejor amiga de Lyenna.
—Quería pedirte un favor —su tono
de voz ha bajado. Con Margot allí, hasta los propios árboles pueden tener
oídos.
—¿Sobre qué? —lo sabe de sobra.
Si no fuera así, no hablaría con ella.
—Sobre Lyenna —bingo— bueno,
sobre su cumpleaños.
—Sea lo que sea la respuesta es
no.
—Pero si no sabes qué quiero
saber —dice con el tono de un niño enfadado.
—Quieres saber qué regalarle,
¿no? —el muchacho asiente—. Pues eso, que no. A Lyenna no le gustan los
regalos.
—Su padre siempre le regala algo.
—Pero es su padre. Con que la
felicites le bastará.
—¿Tú nunca le regalas nada?
—Solo una vez, y estuvo a punto
de negarme el regalo.
—¿Por qué?
Margot se encoge de hombres. En
realidad sí que lo sabe. Shander no se cree que su mejor amiga no sepa así,
pero si la chica lo dice... Se queda pensativo bajo la atenta mirada de Margot
y de todos los árboles. Las pocas veces que ha estado junto a ella, siempre
tiene la sensación de que todo todo lo que les rodea tiene vida.
—Shander, no le des más vueltas.
—Pero yo quiero regalarle algo.
—¿Por qué?
—Pues porque —el muchacho se
detiene y parece meditar sus palabras— ahora nos llevamos mejor. O eso creo...
Margot se ríe. Ni siquiera él lo
tiene claro. Aunque bueno, tratándose de Lyenna es más que comprensible. Con
todo lo que la muchacha le ha contado sobre Shander, sigue sin entender por qué
lo trata tan mal a veces. Parece que el chico es tan cabezota como Lyenna, y
eso ya es decir. En el fondo le da pena, pero si Lyenna se entera que le ha
dicho algo...
—Mira, si de verdad quieres
hacerle un regalo, haz que se olvide de su cumpleaños.
—¿Cómo demonios voy a hacer algo
así, si le hago un regalo?
La muchacha se vuelve a encoger
de hombros, con una sonrisa pícara en sus labios. Shander suspira con fuerza. O
sabe algo y no se lo quiere decir, o realmente no sabe cómo ayudarle. El
muchacho se rasca la cabeza, a ver si así las ideas sales flotando por sí
solas. Odia que Lyenna le de esos quebraderos de cabeza. Mentira.
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